Mitología de las Constelaciones

Introducción

Las Constelaciones en las diferentes culturas

Por Lourdes Cardenal

Desde siempre nos fascinan los cuentos.


Desde el principio de los tiempos, nos aferramos a narraciones que tratan de explicar los fenómenos cotidianos y los extraordinarios.
Con ellas, impregnadas de seres mitológicos, divinos o mortales, contamos nuestra historia del origen del mundo. Y a estos seres los dotamos de eternidad al colgarlos del cielo, imaginando la forma de las constelaciones, con sus simples patrones perfectamente reconocibles.


Cada civilización ha tenido sus propias constelaciones, que reflejaban sus propios ritos y creencias, encontrando lo que querían buscar y dando respuesta a sus interrogantes culturales.

 

Lo hicieron los babilonios, cuya datación es la más antigua conocida, documentando la posición celeste en tablillas cuneiformes.


Lo hicieron los egipcios, para los que el ascenso de la estrella Sirio (Sopdet) en el amanecer (el orto siríaco), marcaba el inicio de la estación de la crecida del Nilo.

 

La orientación de las pirámides en la meseta de Giza, en dirección norte, se regía, no por la estrella Polar, sino por la estrella Thuban, (α Draconis) que era considerada el Norte hasta hace 3000 años, y la alineación de las tres más importantes, las de Keops, Kefrén y Micerinos, seguía el patrón de las tres estrellas del cinturón de la constelación de Orión.

Otro claro ejemplo de ello, en la antigua China, es el manuscrito Dunhuang (que llevaba el nombre de la ciudad de la Ruta de la Seda, cercana al lugar donde se encontró).


Este manuscrito que, excluyendo a los astrolabios, es el mapa celeste más antiguo conocido. Se piensa que fue creado aproximadamente entre el año 649 y el 685 por Li Chunfeng, un astrónomo chino.


Representa el atlas celeste dividido en 13 paneles que reflejan el cielo del norte. Las 12 cartas celestes muestran las distintas secciones del cielo y otra más, la última, representa la región del polo norte celeste chino, y en ella se pueden identificar claramente las constelaciones de la Osa Mayor, Sagitario y Capricornio, mostrando un total de 1345 estrellas en 257 asterismos/constelaciones.

El Atlas estelar Dunhuang, de Li Chunfeng (649-685).  Fuente: © British Library

Muchas otras culturas, a su vez, han reconocido patrones estelares a los que han dado diferentes nombres, elevando al panteón celestial de las constelaciones, a sus divinidades y sus héroes.

 

LAS CONSTELACIONES EN LAS DIFERENTES CULTURAS

 

Pero, ¿Qué es una constelación?

 

Se podría decir que es una agrupación convencional de estrellas, cuya posición en el cielo nocturno es aparentemente invariable. Los diferentes pueblos, sobre todo de civilizaciones antiguas, decidieron vincularlas mediante trazos imaginarios, creando así siluetas virtuales sobre la esfera celeste.

 

Debido a los pocos datos existentes, es difícil conocer el origen preciso de las constelaciones más antiguas. Se cree que el interés de los antiguos pueblos por la disposición de las estrellas tuvo motivos fundamentalmente prácticos, usualmente con propósitos agrícolas, de viaje y religiosos. Se usaban para medir el tiempo y las estaciones. Servían de orientación a navegantes y mercaderes cuando realizaban travesías durante la noche, ya fuese por mar o por el desierto. Así, imaginando figuras con las cuales relacionar los grupos de estrellas les sería más fácil y seguro recordar las rutas a seguir. Además, creaban narraciones de lo que representaban, que se encuentran recogidas en la mitología y la astrología.

 

Vamos a examinar una región del cielo muy concreta, la que correspondería a las actuales constelaciones de Orión y Lepus.
Veremos cómo los diferentes pueblos de la antigüedad trazaban sus propias figuras y les daban su propio significado, aunque en algunos casos estaban relacionadas y tenían un origen común.

Lo que vemos en este mapa es un cielo de invierno en el hemisferio norte. En el aparecen, sobre todo, las estrellas muy reconocibles del cinturón de Orión, formado por tres estrellas de primera magnitud, y el propio cuerpo de Orión, cuyas esquinas se delimitan alrededor por otras cuatro estrellas que son de las más brillantes del firmamento. Además, se reconoce con facilidad la estrella Aldebarán, una gigante roja que está en la constelación de Tauro y la estrella Sirio, que está en la constelación del Can Mayor.


Centrándonos en este trozo del cielo resulta muy representativo lo que vieron los distintos pueblos.

 

Los babilonios en la antigüedad, en torno a los siglos XI-XIII antes de Cristo, lo que veían era el cinturón de Orión.

 

Orión ya tenía una representación antropomorfa con la figura de un pastor con un callado muy largo, que para el culto religioso se correspondía al “verdadero pastor de Anu o Ana”, quien era el rey de los dioses de los babilonios.

Debajo identificaban curiosamente (aunque no son unas estrellas muy brillantes) una forma que atribuían a un “gallo” o un ave y hablaban de la “estrella tras el gallo” que, por la disposición, seguramente hacía referencia a Sirio.

 

Es obvio que este patrón es muy reconocible y se parece a como se ve en la actualidad representado en los atlas de astronomía.

 

En el antiguo Egipto, estas estrellas eran vistas de una forma muy parecida.

 

Incluso seguían teniendo bajo la imagen de Orión, al gallo, pero en este caso, era un pájaro. Otras versiones de textos más antiguos reconocían en Orión a Osiris, que es el rey egipcio de los dioses, y debajo de él se encontraba el pájaro, que también podría ser Anubis, el Chacal, el dios de la muerte y por otra parte, la estrella Sirio (llamada Sopdet) estaba relacionada con la diosa Isis.

Es precisamente en la Grecia Clásica donde se produjo el mayor auge de toda la astronomía y, en general, de todo el conocimiento de la Antigüedad. El Imperio Helénico fue el crisol de todo lo anterior.

 

Establecieron la idea de esta figura prácticamente idéntica a como se encuentra en la actualidad. En ellas aparecían las estrellas del cinturón de Orión, al que ya nombraban como “Orión el cazador” que era el personaje principal. Y debajo aparecía la otra figura que ya no era un gallo, ni un pájaro, ni un chacal, sino “Lepus”, la liebre.

 

Esta clasificación sucedió alrededor del siglo II y lo hizo Ptolomeo de Alejandría en torno al año 160 d.C. Ptolomeo de Alejandría dirigía la famosa biblioteca y gracias a ello, pudo beber de las fuentes de otro griego anterior, Hiparco de Nicea, que se remonta al 190 a.C. que había escrito un “Tratado de Estrellas” que se perdió. En este tratado, Hiparco enumeraba y clasificaba unas 850 estrellas y las ubicaba con bastante exactitud en su localización real. Lo que hizo Ptolomeo fue mejorarlo y ampliarlo hasta reconocer unas 1050 y respetó los nombres de las constelaciones, o los modificó según su consideración. Pese a que en 2017 se recuperó de forma rocambolesca parte de una traducción directa del catálogo de estrellas de Hiparco, para la historia, los nombres de las 48 constelaciones reconocidas desde la antigüedad, se deben a Claudio Ptolomeo.

El texto de Ptolomeo se hubiera perdido, si no hubiera sido porque un árabe, Abderramán al Sufí, lo tradujo en Persia.

 

Al Sufí era un erudito persa del siglo X que dominaba múltiples disciplinas, entre otras la astronomía. A sus manos llegó el tratado de Ptolomeo y lo tradujo, dándole el nombre de “Almagesto” que significa “el más grande”. De no haberlo hecho, el conocimiento ptolemaico se hubiera perdido, pero afortunadamente, no fue así. Al Sufí contribuyó, al igual que Ptolomeo, mejorando el tratado que tradujo del griego, y aunando los conocimientos de cartografía celeste de los beduinos (el Anwa). Su “Tratado de las Estrellas Fijas” recopila unas 1.300 estrellas que se agrupan en constelaciones. Su libro está decorado con unos dibujos preciosos. En el dibujo de la constelación de Andrómeda, ya Al Sufí veía la galaxia M 31 y la dibujaba, aun sin saber que era una galaxia.

 

En la imagen elegida, Orión recibe el nombre de “Al Jabbar” que significa el gigante en árabe, y a la liebre la llama “Al Arnab” manteniendo la idea del animal. El nombre “Arnab” ha llegado hasta nosotros como la denominación que se le da a la estrella alfa de la constelación de la Liebre.

Si viajáramos a otro sitio totalmente distinto, que no tuviera relación directa ni con el Creciente Fértil ni con todos los que han recibido esta influencia, nos encontraríamos, por ejemplo, en la China medieval.

 

A principios del siglo XX, en la región de Dunhuang se recuperó un rollo que contenía un manuscrito con un mapa estelar. Este mapa fue hecho alrededor del año 700, en el reinado de emperador Zhongzong de los Tang (705-710). El conjunto entero sumaba 1.300 estrellas representadas en 13 casas o 13 mansiones lunares, que era la base astronómica por la que se regían los astrónomos chinos. 12 de ellas representaban a los 12 meses del año y la treceava era el mapa del cielo del norte chino. En este mapa era posible reconocer con facilidad constelaciones como las Osas mayor y menor, el Escorpio y por supuesto Orión.

 

La zona celeste de Orión, se identifica aquí como la “Mansión de las tres estrellas”. Aunque las líneas recuerdan más a un guerrero, hacen referencia a las tres estrellas del cinturón y a objetos que figuran aquí en los pies. Estos son objetos inanimados, no son antropomorfos, y las estrellas más importantes están en pozos, el “pozo de jade” para Rigel, o el “pozo militar”.

Si viajáramos aún más lejos, donde ya no hay ninguna influencia de civilizaciones anteriores, como es la cultura Maya, igualmente siguen viendo las mismas estrellas porque están en la parte del Ecuador y el Norte. Son las mismas porque Orión es una constelación Ecuatorial que se ve desde todas partes.

 

Cuando llegaron los españoles, los mayas ya tenían unos códices que recopilaban sus conocimientos sobre diferentes áreas y que databan del siglo XII. De estos códices sólo se conservan cuatro, puesto que la mayoría se perdió. Hay uno en México, otro en Dresde, hay uno en Madrid, en el museo de América, pero el que habla de la astronomía es el códice de París y lamentablemente es el más deteriorado. El manuscrito de París sufrió un incendio y se perdió casi todo, pero entre lo que se conserva, aparece una imagen que referencia a las estrellas más importantes del cinturón de Orión, y que representa la hoguera primigenia de la creación del mundo.

 

Esta creación del mundo se debía a los dioses en el panteón maya y el humo que desprendía la hoguera correspondía a la Gran Nebulosa de Orión, humo que ascendía al cielo como ofrenda y cuya denominación era Oxib´Xk´ub, el “Fuego Primigenio de la Creación”.

 

Una visión totalmente diferente, la comparte la tradición del pueblo Navajo. Este pueblo de origen canadiense, tiene la particularidad de que su tradición es oral, no hay documentos escritos.

 

Hasta muchos siglos después, en que se pudieron hacer transcripciones escritas, no se supo realmente como era esta visión. Las diferentes transcripciones reconocen en el cielo un patrón que representa “First Slim One”, es el “primer hombre delgado”, y que simboliza a un héroe que mantiene las estrellas en su cintura y la postura erguida de una deidad antropomorfa.

 

El nombre Atse´ets´ozi significa “El Gran Líder Protector de todo el Universo”

La imagen de la izquierda representa como se ha quedado hoy en dia.

 

Las constelaciones se delimitaron por Joseph Delporte en el año 1930. Este astrónomo realizó este trabajo desde 1928, delimitando las áreas de las 88 constelaciones que cubren totalmente la bóveda celeste, y que fueron admitidas por la Unión Astronómica Internacional.

 

Si nos situamos como observadores en la tierra, veremos las áreas de las constelaciones que encajan unas con otras como si fueran las piezas de un puzzle, rellenando completamente todo el cielo visible. No hay una zona que quede sin delimitar y a partir de ahí es como se admiten.

 

En nuestro caso, se definen tal y como están, la constelación de Orión el cazador y la constelación de Lepus, la liebre.

LA ECLÍPTICA Y LAS CONSTELACIONES ZODIACALES

 

Ya hemos dicho que las estrellas permanecen aparentemente invariables en el cielo, y, en consecuencia, los diferentes pueblos trazaban sus figuras para formar las constelaciones.

 

Pero había otros objetos como el Sol, (aunque también, la luna y los planetas), que no permanecían invariables en el firmamento, sino que recorrían una línea por donde se desplazaban a lo largo del año.

 

Esta línea es lo que se denomina eclíptica, y es la línea curva por donde «transcurre» el Sol alrededor de la Tierra, en su «movimiento aparente» visto desde nuestro planeta. Su nombre proviene del griego ἐκλειπτική (ekleiptiké), que hacía referencia a la línea del cielo en la que se producían los eclipses.

 

Parece que la trayectoria aparente del Sol se tambalea ligeramente. Esto se debe a que la Tierra, cuyo eje de rotación está inclinado 23º sobre el plano del ecuador celeste, posee un lento movimiento de precesión (se tambalea como una peonza al girar) describiendo un círculo en sus polos, que reproducen la figura de dos conos unidos por sus vértices, y en el que invierte 25.700 años. Cada vez que completa este círculo, el punto que representa al Norte (o en su caso, al Sur) se desplaza.

En cuanto a la Luna, su órbita está inclinada aproximadamente 5° respecto de la eclíptica. Si durante la luna nueva o luna llena, ésta cruza la eclíptica, se produce un eclipse, de sol o de luna respectivamente. Si no existiera esta pequeña inclinación, se producirían eclipses todos los meses.

 

Las órbitas de la mayor parte de los planetas del sistema solar están contenidas en la eclíptica o muy próximas a ella, ya que nuestro sistema solar se formó a partir de un gigantesco disco de materia, de modo que en el cielo se aprecia que su desplazamiento ocurre próximo a la eclíptica por la que aparenta moverse el sol.

 

La línea de la eclíptica atraviesa una serie de constelaciones en el firmamento.

 

La región del cielo en forma de cinturón o banda de la esfera celeste que se extiende aproximadamente 8°, al norte y al sur de esta línea (la eclíptica), es lo que se denomina Zodíaco. Se halla dividido en doce constelaciones, y surgió en Babilonia durante el reinado de Nabucodonosor II en el siglo VI a. C., vinculado a las doce lunaciones anuales.

 

Posteriormente, la cultura griega lo adoptó, dándole a las constelaciones los actuales nombres. El nombre “zodiaco” se asocia al hecho de que la mayoría de estas constelaciones tienen nombres de animales, derivándose la palabra zodíaco de los términos griegos “zoon” (‘animal’) y “diakós” (camino), el “camino de los animales”.

 

Estas constelaciones son tradicionalmente las siguientes:  Aries, Taurus, Gemini, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Scorpius, Sagittarius, Capricornius, Aquarius y Pisces.

 

Tras el establecimiento de los límites de las constelaciones en 1930, el Sol también cruza las constelaciones de Ofiuco, y muy tangencialmente, Cetus.

El Zodíaco, en términos astrológicos, abarca los doce sectores de treinta grados de la eclíptica (360º) desde el punto vernal, una de las intersecciones de la eclíptica con el ecuador celeste, que se corresponde con el equinoccio de primavera. Es una franja de cielo que se observa desde todos los puntos de la tierra. Responde a la perfección del círculo, a la división geométrica exacta, de los doce meses del año, de las doce horas de la esfera del reloj, de la sucesión de las estaciones y de la constelación zodiacal que está ascendiendo en el cielo en el momento en que nacemos.

 

El Zodíaco, en astronomía, es bastante diferente. Para empezar, la duración de los signos zodiacales es bastante inexacta. Como se referencian a constelaciones de tamaños muy diferentes, el tiempo que éstas pueden visualizarse en el cielo dista mucho unas de otras, y así, Virgo, que es una constelación muy grande, dura bastante más de un mes. Y Escorpión, muy al sur, se alza en el cielo menos de una semana.

 

Además, ya hemos visto que existe una treceava constelación, admitida en astronomía, que se representa por la constelación del Ofiuco, o Serpentario. Sus estrellas toman la forma de un dios que sostiene entre sus manos a una enorme serpiente, dividiéndola en dos y haciendo que esta última sea la única constelación celeste que aparece separada (Serpens Cauda y Serpens Caput). El sol, atraviesa esta treceava constelación zodiacal, en un periodo entre Escorpión y Sagitario, desde el 30 de noviembre al 18 de diciembre.

 

Dependiendo de la longitud o tamaño de cada constelación zodiacal, el Sol permanece un número distinto de días en cada una de ellas, de forma que los rangos astronómicos reales de los signos zodiacales actualizados serían aproximadamente los siguientes:

 

Capricornio: del 20 de enero al 16 de febrero.
Acuario: del 16 de febrero al 11 de marzo.
Piscis: del 11 de marzo al 18 de abril.
Aries: del 18 de abril al 13 de mayo.
Tauro: del 13 de mayo al 21 de junio.
Géminis: del 21 de junio al 20 de julio.
Cáncer: del 20 de julio al 10 de agosto.
Leo: del 10 de agosto al 16 de septiembre.
Virgo: del 16 de septiembre al 30 de octubre.
Libra: del 30 de octubre al 23 de noviembre.
Escorpio: del 23 de noviembre al 29 de noviembre.
Ofiuco: del 29 de noviembre al 17 de diciembre.
Sagitario: del 17 de diciembre al 20 de enero.

LAS CONSTELACIONES DE PTOLOMEO

 

Además de las doce constelaciones del Zodíaco antes presentadas, Ptolomeo recogió en su inventario otras 36 figuras.


Las 48 constelaciones inscritas por Ptolomeo en el Almagesto fueron las únicas reconocidas en el mundo occidental hasta el final de la Edad Media. Con excepción de Argo Navis, que fuera dividida en cuatro constelaciones más tarde, (Puppis, Velorum, Carina y Pixys), todas ellas fueron adoptadas sin cambios por la Unión Astronómica Internacional.

NOTA: En azul están marcadas las constelaciones tratadas en estos capítulos

Nos vamos a centrar fundamentalmente sobre varias de estas constelaciones, donde las expondremos en cuatro historias que se corresponden a las 4 estaciones y quedan encuadradas dentro de la Mitología Griega Clásica.


– Mitos de primavera
– Mitos de verano
– Mitos de otoño
– Mitos de invierno

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