El personaje del mes
Jocelyn Bell Burnell
Lurgan, 1943 (Irlanda del Norte / Reino Unido)
Por Lourdes Cardenal
Cuando vi “Contact” por primera vez, me pareció una película más bien sosa y aburrida. Pudiendo mirar directamente al espacio, la protagonista decidía registrar lo que el espacio le decía. Recogía disciplinadamente cada onda, cada sonido, para luego descartarlo. Hasta que un día escuchaba una secuencia diferente. En una longitud de onda diferente. Con una intensidad tremenda. Y que se repetía periódicamente.
Habré visto la película después, decenas de veces.
Cada visualización hace que descubra nuevos elementos en los que antes no había reparado. La búsqueda de la verdad. La inexorable dicotomía entre ciencia y religión. Los viajes en el tiempo, las pérdidas irreparables, el más allá.
Al final, aunque no es de mis favoritas, he de reconocer la calidad de la película, basada en la novela homónima de Carl Sagan, muerto justo unos meses antes de su estreno, pero que colaboró activamente en su producción y asesoró toda la parte tecnológica.
En la película ‘Contact’, la protagonista (Jodie Foster) descubre un patrón en una señal extraterrestre. En la vida real, la astrónoma Jocelyn Bell, también.

Aquel día de verano, Jocelyn se dispuso como tantos otros, a escuchar las señales. Quería estudiar cuásares, y por eso, había elegido realizar el doctorado investigando en el campo de la Radioastronomía. Lo bueno de esta disciplina era que, a diferencia de la tradicional astronomía óptica, se podía realizar durante el día.
Llevaba dos años construyendo un radiotelescopio diferente, diseñado por su director de tesis.
Era, como ella lo definía “un bosque de postes de madera sujetando 190 kilómetros de cable sobre un campo de algo más de 18.000 metros cuadrados”.
Jocelyn Burnell en agosto de 1967 con datos del radiotelescopio 4 Acre Array. Fuente :© Wikipedia
El radiotelescopio había comenzado a funcionar en julio de 1967, y estaba especialmente construido para buscar variaciones rápidas en la emisión de radio de los cuásares. Recibía continuamente señales en 2.000 receptores, repartidos en un terreno de dos hectáreas, produciendo más de 30 metros de papel impreso diariamente, volcando una enorme cantidad de datos del exterior que había que descifrar.
Dado que la astrónoma de 24 años, creía erróneamente que era falible y frágil, se había vuelto aún más concienzuda y metódica. Muy disciplinada. Su inseguridad la obligaba a analizar sistemáticamente todo cuanto llegaba.
Como un animal ruidoso, la impresora vertía datos en metros y metros de papel que, como en un electrocardiograma, contaban un poco la historia del latido del universo.
Hubo un momento en que Jocelyn notó que uno de los sectores, que recogía el área de la constelación de Vulpécula, un punto a medio camino entre Vega y Altair, aparecía diferente en los papeles de su registrador de gráficos que recorría el cielo.

El gráfico examinado por Jocelyn Burnell, que muestra el rastro del primer púlsar identificado, posteriormente designado PSR B1919 + 21. Fuente: © Wikipedia
Una y otra vez lo miró.
No existía la menor duda.
Lo que veía impreso era una señal extraña procedentes de una fuente, que emitía ráfagas de energía muy breves a intervalos precisos. Aunque aquella señal ocupaba sólo 2,5 centímetros de los 121,8 metros de papel, era la primera evidencia de la existencia de un púlsar.
Acelerando la velocidad del registro, estableció que la señal estaba pulsando con gran regularidad, a una frecuencia de aproximadamente un pulso cada 1,33 segundos.
La astrónoma que estudiaba los cuásares, comprendía claramente que estos patrones no se correspondían con el comportamiento usual de éstos, así que, decidió compartir la información de este hecho sin precedentes con su director de tesis.
El problema fue que éste, Anthony Hewish, reaccionó con escepticismo, creyendo, no sin cierta lógica, que estas señales se debían a una interferencia producida por algún aparato cercano al telescopio. Los radiotelescopios de la época, con frecuencia obtenían resultados anómalos producidos por señales de radios o de automóviles.
Aun así, ella no pensaba que se tratara de una interferencia y, tras comprobar el equipo, no encontró ninguna anomalía que explicara el resultado.
Los registros se archivaron, pero otra vez, en noviembre de ese mismo año, el mismo telescopio volvió a recoger unas señales más intensas incluso y de una extraordinaria regularidad.
Esta vez, la comunidad científica si lo tuvo en cuenta, considerando incluso la posibilidad de que estas señales fueran mensajes enviados por una civilización extraterrestre. Así, la “fuente” productora de las señales se denominó al principio “LGM” (Little Green Men) o “Los Hombrecillos Verdes”, nombre que ahora se nos antoja bastante ridículo, sabiendo en realidad la importancia de dicho descubrimiento.
Después de esto, Jocelyn encontró, tras su minucioso estudio de los datos registrados, otras tres fuentes que emitían señales similares. Más adelante, nuevos miembros del equipo investigador también encontraron más fuentes del mismo tipo.

Recreación artística de un púlsar. Fuente: © WordPress.com
Convencido ya de la importancia del hallazgo de un nuevo y desconocido tipo de radiofuente, Hewish anunció su descubrimiento el 9 de febrero de 1968, y eligió otro nombre para definirla, la llamó “púlsar” (PULSAR, contracción de “pulsating radio sources”) dando lugar al nombre actual, extendido y conocido pero incorrecto, puesto que la estrella gira, pero no pulsa, o sea, su diámetro no varía.
El púlsar, o radio púlsar, se definía como un cuerpo sumamente compacto que rotaba sobre sí mismo emitiendo radio-ondas a intervalos breves y regulares, como si se tratara de un faro. Este singular comportamiento se explicaría admitiendo que eran estrellas de neutrones, en rápida rotación alrededor de su propio eje. Su masa calculada, se acercaría a unos mil cuatrillones de toneladas para un tamaño que apenas superara los 10 kilómetros de radio.
La detección de los púlsares se consideró uno de los descubrimientos astronómicos más relevantes del sigo XX, permitiendo contrastar la teoría de la Evolución Estelar.

Modelo de un púlsar. Fuente: © WordPress.com
En 1974 este hallazgo fue reconocido por la Real Academia de las Ciencias Sueca con el Premio Nobel de Física, y sólo lo recibieron Anthony Hewish y Martin Ryle.
Jocelyn Bell fue excluida de este premio.
En el comunicado de prensa ni siquiera se hacía mención a la astrónoma, algo criticado por muchas figuras prominentes del campo de la Astronomía.
La astrónoma, en ese momento y hasta hoy, con 78 años, siempre restó importancia a la situación explicando que no se sentía merecedora de tal galardón por el hecho de ser sólo una estudiante.
Después de su descubrimiento, se doctoró y desde entonces ha trabajado en casi todas las bandas del espectro EM: rayos gamma, rayos X, astronomía infrarroja, óptica y milimétrica, y lo ha hecho en centros de reconocido prestigio como la Universidad de Southampton, el Mullard Space Science Laboratory, y desde 1991, ha sido profesora de Física en la Open University.

Es doctora honoris causa por Oxford y Durham y preside la Royal Society de Edimburgo.
El Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España la galardonó en el 2015 con su Medalla de Oro, máxima distinción que concede este organismo.
En 2018, recibió el Premio Especial de Avances en Física Fundamental, por un valor de tres millones de dólares, por su descubrimiento de los púlsares de radio. Donó al Instituto de Física todo este dinero, para financiar a mujeres, minorías étnicas subrepresentadas y estudiantes refugiados, para que pudieran convertirse en investigadores de física.
Real Observatorio de Edimburgo, donde Jocelyn trabajó entre 1982 y 1991.
Fuente :© Wikipedia
Actualmente sabemos bastante más sobre los púlsares y las estrellas de neutrones. Una estrella de neutrones es una estrella que ha muerto, pero que aún resulta extraordinariamente energética. Las más comunes de ellas, tienen unos 25 kilómetros de diámetro, concentrando en tan pequeño espacio una cantidad de materia superior a la del Sol, de modo que una mínima parte de esta materia pesaría unos 100 millones de toneladas. Su campo magnético es como un billón de veces más potente que el de la Tierra.
Jocelyn había descubierto el primero de ellos, en la constelación de Vulpécula, y que lleva el nombre de CP 1919+21.
Hoy se conocen más de 700 púlsares, con períodos de rotación comprendidos entre 5 segundos y 1 milisegundo, algunos de ellos con planetas girando a su alrededor, barridos eternamente por el haz destructor del corazón de la estrella muerta.