El personaje del mes
Isaac Newton
Lincolnshire, 1642 (Inglaterra) / Londres, 1727 (Inglaterra)
Por Lourdes Cardenal
A mí no me gusta Newton.
No me han gustado cosas que he leído sobre él, aunque no estén contrastadas (¿cómo podrían estarlo si murió hace casi trescientos años?) y tampoco debió ser la persona más simpática del planeta.
Pero eso no tiene nada que ver con la genialidad que irradiaba, con el brillante pensamiento de que hacía gala, con lo avanzado de sus suposiciones para la época en que vivió.
Newton es como Dios, ubicuo y omnipresente; es rara la fórmula matemática o el algoritmo en los que no figure alguna ley o alguna demostración suya. Apenas hay espacio en la física moderna donde no quepan sus ideas. No me llama la atención a nivel personal, por las circunstancias de su entorno o por su generosidad y su trabajo callado y silencioso. Pero al genio hay que reconocerle cuando aparece.
Y este es el caso.
Isaac Newton, agraciado en 1705 con el tratamiento de “Sir” como reconocimiento a sus méritos, nació el día de Navidad de 1642 (4 de enero de 1643, según el calendario gregoriano), en el condado de Lincolnshire, en una pequeña aldea llamada Woolsthorpe, Inglaterra.
Para cuando vino al mundo, su padre ya había muerto, y su madre, intentó sin conseguirlo, darle una infancia feliz. Para ello, se casó de nuevo, pero su nuevo padre no quiso saber nada de él y se fue a vivir lejos. Isaac, se tuvo que quedar con su abuela, y desde entonces, aprendió a ser independiente, y a estar solo. Cuando fue mayor, se convirtió en un adulto huraño y desconfiado, depresivo en ocasiones, arrogante y muy competitivo. Si, como decía Flaubert, un hombre vale por el número de sus enemigos, Newton era muy valioso. Leibniz o Robert Hooke, son algunos ejemplos contra los que combatió toda su vida.
Woolsthorpe Manor, lugar de nacimiento de Newton. Fuente :© Wikipedia
Pero precisamente esa infancia sin felicidad, empezó a construir la personalidad del genio. Y me atrevería a decir, sin miedo a equivocarme, que Isaac fue un niño superdotado, tímido y retraído en la escuela, que empezó a deslumbrar cuando a los doce años ingresó en la escuela primaria de Grantham, una ciudad a diez kilómetros de su hogar. Fue un alumno brillante que obtuvo siempre las máximas calificaciones, muy por encima del resto de sus compañeros. Estudió la Biblia, aprendió latín (que luego aplicaría para la redacción de sus libros), pero no tuvo apenas contacto con las ciencias.
En junio de 1661, a los 19 años, fue admitido en el Trinity College de Cambridge, donde lo esencial era la filosofía aristotélica y las disciplinas de letras y humanidades, y los únicos centros que impartían estudios científicos eran los de Oxford y Londres.
En esta Universidad, bien por su extravagante personalidad, bien por el carisma de su profesor y mentor, el matemático Isaac Barrow, Newton no siguió el programa académico previsto, sino que tuvo acceso a todo tipo de libros, comenzó a estudiar por su cuenta todo lo relativo a la investigación experimental de la naturaleza y se le motivó con ecuaciones matemáticas y problemas físicos aún por resolver, estimulando su capacidad para la demostración de los mismos.
En 1666, la Universidad tuvo que cerrar por la epidemia de peste. Newton volvió a casa. A pesar de sus frágiles esquemas emocionales, esta fue sin duda su etapa más fecunda. Durante los dos años siguientes, investigó sobre la luz, sobre la difracción del prisma óptico, los colores del espectro, y la posible velocidad de la luz. Observó la atracción de los cuerpos, estudió lo que hasta entonces se sabía de mecánica celeste, Copérnico, Galileo, Kepler. Pero también, Descartes, Aristóteles. Desarrolló entonces las primeras ideas sobre la Ley de la Gravitación Universal, y de las tres leyes fundamentales de la física, que no vieron la luz hasta 1687, año en que publicó la primera edición de los “Principios matemáticos de la filosofía de la naturaleza”.
En la soledad de su laboratorio, su mente trabajaba sin descanso para poder recomponer con las pocas piezas que tenía, el puzle del universo inmenso que se ofrecía ante sus ojos.
A su regreso a Cambridge, en 1667, fue nombrado miembro del Trinity College y dos años más tarde, sucedió a Barrow en su cátedra.
Paralelamente, en esas fechas, compiló todos sus cálculos para elaborar su teoría infinitesimal, pero no lo publicó, presa del pánico y de la timidez, hasta después de 20 años, en un intento por demostrar que Leibniz, el matemático alemán, le había copiado su trabajo.
El tiempo demostró mucho después de morir ambos, que no hubo plagio. Pero sí el descubrimiento simultáneo por parte de los dos del cálculo infinitesimal (diferencial e integral) y sus aplicaciones.
Newton Principia, 2ª edición, Biblioteca Wren en el Trinity College de Cambridge
Muchas veces la historia evidencia que se producen descubrimientos similares en épocas paralelas y en lugares remotos a la vez. Porque sí. Porque la evolución de la ciencia determina que es el momento de dar un paso más. Y así ha sucedido en culturas distintas que han llegado a las mismas conclusiones por métodos completamente diferentes.
Unos años después, en 1672, construyó el primer telescopio reflector de utilidad práctica, aplicando la ingeniosa óptica de espejos que le permitía aumentar más de 10 veces lo observado hasta el momento. Como no tenía lentes, no sufría de aberración cromática y podía ser tan potente como un refractor 10 veces más largo, pero resolviendo los problemas técnicos de éstos.
Réplica del telescopio reflector construido por Newton
Cuando lo presentó a la Royal Society, fue recibido con entusiasmo. Esto hizo que Newton se confiara y se atreviera tres años más tarde, a compartir sus avanzadas teorías sobre las propiedades de la luz. Había descubierto que la luz blanca se descompone en todos los colores del espectro visible al hacerla pasar por un prisma, iniciando con ello el análisis espectral.
Newton usa un prisma para separar la luz blanca en los colores del espectro, observado por su compañero en la Universidad de Cambridge, John Wickins
Dispersión de la luz a través de un prisma
Sin embargo, la respuesta ya no fue igual, porque otros científicos no compartían su opinión, o no eran capaces de entender sus demostraciones. Fue duramente criticado, y Newton, soberbio, deprimido e incapaz de tolerar la frustración, empezó a retirarse del panorama científico.
Su decepción fue enorme y su enemistad con Robert Hooke, uno de sus mayores críticos, duró hasta la muerte de éste en 1703, de forma que ese mismo año, Newton fue elegido presidente de la Royal Society, ocupando la vacante dejada por Hooke, y, además, publicando al año siguiente la primera edición de la “Óptica o Tratado de las reflexiones, refracciones, inflexiones y colores de la luz”, donde detallaba su teoría corpuscular para la naturaleza de la luz, cuando ya, Hooke no podía criticarle.
A pesar de su controvertido carácter, fue nombrado para varios cargos públicos, políticos y académicos, que ejerció con su talento propio. El de presidente de la Royal Society, lo ostentó hasta su muerte, el 20 de marzo de 1727.
Newton ha sido considerado como el mayor científico de todos los tiempos, y su obra como la culminación de la revolución científica, intuyendo que el universo se regía por las mismas leyes físicas, mecánicas y matemáticas que la Tierra, de manera que todo encajaba y tenía sentido.
El descubrimiento de la Ley de Gravitación Universal, es uno de los pilares de la ciencia actual, y la idea de que el universo se puede comprender en términos matemáticos inicia la construcción del mundo moderno, convirtiendo el conocimiento en algo cuantitativo y exacto. Tan sistemático que, con ello, Newton consiguió desterrar veinte siglos de aristotelismo para establecer las bases de la física clásica, que no sería cuestionada hasta que, otro genio similar, Einstein, formulara su Teoría de la Relatividad.
Ley de la Gravitación Universal, desarrollada por Newton en 1685
Poco antes de morir, Newton escribió un pensamiento que debía resumir toda su vida:
”No sé lo que pueda parecerle al mundo; pero para mí, me parece que solo fui como un niño jugando en la orilla del mar, y de vez en cuando me entretenía en encontrar un guijarro más suave o una concha más bonita que la ordinaria, mientras el gran océano de la verdad yacía sin descubrir ante mí”.
Para un hombre al que la historia ha tachado de arrogante y neurótico, el estímulo del conocimiento debió suponer una pasión mayor que cualquier otra. Aprender, conocer o descubrir, lo salvó del olvido. Y su genio trascendió y creció y supuso uno de los mayores aportes científicos para toda la Humanidad. Un regalo distante para poder sembrar las futuras semillas de otros genios, de otras luces, de otros universos que se curvan en su honor, y que se anudan en los lazos oscuros de la materia que sólo le faltó por descubrir y que aun hoy, continuamos buscando.