El personaje del mes
Hiparco de Nicea
Nicea, 190? a.C. (Reino de Bitinia) / Rodas, 120? a.C. (República Romana)
Por Lourdes Cardenal
En la alta madrugada permanecí mudo, contemplando absorto las luces diminutas suspendidas en la oscuridad.
Estuve mucho rato inmóvil, sin apartar la vista, hasta que los ojos empezaron a dolerme. Hasta que el profundo firmamento se convirtió en una niebla opaca.
Me sabía de memoria la posición de cada una de ellas. Las figuras que formaban acercándose a otras. Conocía con detalle su brillo silencioso, su declinar al paso de los días, encadenando una estación tras otra, un invierno con una primavera. Tantas y tantas noches perfeccionando ese incierto trabajo de contador de estrellas. Cuando dormía, soñaba o descansaba, me estaba perdiendo el espectáculo que sólo a mí me ofrecía el universo.
Así que, mientras caminaba por el borde de la playa de Rodas, sentí la necesidad de conservarlas todas. De poder compartir su destino infinito con el resto del mundo.
Decidí clasificarlas todas, catalogarlas. Escribir sobre ellas todo lo que sabía, para que, en el futuro, cualquiera pudiera reconocerlas con sólo mirar al cielo. Pero tenía que ser exacto. Iba a necesitar tiempo, mucho tiempo y trabajo, más horas, más estudio.
La Via Láctea, en nuestro cielo nocturno. Foto: © Joe LeFevre / NBP/ Wilderness
Quería lo imposible. Como contar los granos de arena de la playa por la que paseaba, contar todas y cada una de las estrellas que veía. Quería conseguir cartografiar cada rincón de noche, cada esquina de espacio donde un astro brillase para mí.
Sé que lo conseguí. Mi catalogo reunió casi un millar de estrellas.
Durante dos mil años, fue el único referente para todos aquellos que siguieron mis pasos.
Todos se apoyaron en mí, lo tradujeron, lo ampliaron, lo completaron.
Lo que más me dolió fue que no quedara nada material de mi trabajo. Sólo el eco lejano con que otros mencionaron mi obra.
Sólo humo, ceniza, el triste crepitar de todos aquellos manuscritos irrepetibles que perecieron bajo las llamas azuladas que lamían la Biblioteca por sus cuatro costados.
Y lo peor, el lento pasar del tiempo, la ignorancia, el desconocimiento y la pérdida de la cultura, que fue lo que realmente hizo que se perdiera mi obra, mucho más que el fuego o el terror de la espada.
El astrónomo Hiparco nació en Nicea, en torno al 190 antes de Cristo.
De su vida lo desconocemos todo.
Apenas sabemos de su obra salvo por las referencias, sobre todo de Ptolomeo, que lo citaba en su Almagesto. Y por las traducciones del propio Almagesto, ya que, para entonces, el Catálogo de Estrellas de Hiparco había desaparecido.
Escribió libros de Geografía, de Trigonometría, consideró la división del día en 24 horas iguales, determinó la precesión o anticipación de los equinoccios a lo largo del tiempo, describió los sistemas de latitud y longitud para cartografiar cualquier punto de la tierra, calculó con un escaso margen de error la distancia entre la Tierra y la Luna, creyó en un sistema cosmológico heliocéntrico, construyó instrumentos de medición, impartió clases, viajó, estudió, enseñó.
Realizó numerosas observaciones astronómicas desde Rodas, clasificó las estrellas según la intensidad de su brillo y, sobre todo, fue el autor del primer catálogo de 850 estrellas agrupadas en 48 constelaciones, donde cada estrella quedaba determinada por sus coordenadas celestes, iniciando así la creación de los catálogos estelares como se conocen en la actualidad.
Fue un erudito, un científico.
Posiblemente vivió un tiempo y murió en la isla de Rodas, hacia el 120 antes de Cristo, siendo un lugar entre el Mediterráneo y el Egeo, en una época en que sus gobernantes no pudieron evitar que la isla cayera poco a poco bajo la influencia de Roma, como el resto del mundo griego, que se expandía inexorable por Europa, Grecia, Cartago y Asia Menor.
Hiparco de Nicea, también conocido como Hipparchus, es uno de los padres de la Astronomía. Fuente :© Wikipedia
El Catálogo de Estrellas de Hiparco se consideraba perdido, hasta que, en 2017, unos investigadores (un equipo franco-británico coordinado por Víctor Gysembergh) hallaron ocultas en el pergamino de un antiguo códice del monasterio de Santa Catalina en Egipto, lo que podían ser algunas de las coordenadas estelares correspondientes a este Catálogo escrito en el siglo II a. C.
La posición exacta de ciertos cuerpos celestes, se abría paso en sus fórmulas originales en griego antiguo, a través de un manuscrito religioso redactado en siríaco de nombre Codex Climaci Rescriptus.
Monasterio de Santa Catalina, Sinaí, Egipto.
Fuente: © Wikipedia
El Codex Climaci era un texto de 146 páginas hallado en 1895. La capa de escritura más superficial del pergamino, contenía un documento religioso de Juan Clímaco, abad del monasterio de Santa Catalina durante el siglo VI. El escrito, que tenía por título “La escalera del divino ascenso” definía el tipo de conducta que debían seguir los monjes para llegar al Paraíso, ascendiendo con sus buenas acciones por los treinta escalones de la escalera.
En una época en la que escaseaban los materiales de escritura, era costumbre que los monjes utilizaran estos últimos raspándolos para darles nuevos usos. Y este palimpsesto no fue una excepción.
Al principio, los investigadores encontraron signos y símbolos. El texto superpuesto había sido escrito en el siglo XI, pero debajo se podían entrever textos más antiguos escritos en arameo y en griego. La clave fue el hallazgo de los caracteres griegos mu, nu y épsilon, con una línea superior, lo que significaba que eran números.
Cuando se estudió con más detenimiento, aplicando una técnica llamada “análisis multiespectral” consistente en iluminar el documento en una serie de bandas estrechas de diferentes longitudes de onda, desde el infrarrojo hasta el ultravioleta pasando por el visible, para estudiar el documento, se descubrió el texto de otro autor que hacía referencia concreta a las coordenadas que correspondían al Catálogo de Hiparco.
Analizada la posición en el cielo al cabo de dos mil años, y teniendo en cuenta el desplazamiento relativo de las estrellas como consecuencia del movimiento de precesión, solo podía corresponder a la época de Hiparco, que había transcrito con asombrosa exactitud el lugar que ocupaba cada una de ellas.
Página del Códex Climaci Rescriptus.
Fuente: © Museo de la Biblia / CSART
Era de suponer que este catálogo había bebido de fuentes anteriores de babilonios y egipcios. Como estuvo en Alejandría y tuvo acceso a los datos astronómicos de los egipcios, pudo conseguir su logro más importante, descubrir la precesión de los equinoccios, utilizando sus propias medidas de la posición de todas las estrellas y comparándolas con observaciones anteriores, porque era imposible detectar diferencias tan grandes solamente usando los datos del periodo en que vivió.
Los fragmentos traducidos eran los más antiguos conocidos y aportaban una información muy valiosa para la reconstrucción completa del catálogo de Hiparco.
Describían cuatro constelaciones, determinadas en sus coordenadas ecuatoriales y con gran precisión (no existían errores mayores de un grado para las posiciones). Todo esto demostraba que el catálogo de Hiparco era más preciso que el de Ptolomeo, a pesar de haber sido realizado dos siglos antes.
El texto decía así:
“Corona Borealis, situada en el hemisferio norte, se extiende en longitud 9°¼ desde el primer grado de Escorpio hasta 10°¼ en la misma constelación. El ancho se extiende 6°¾ desde los 49° del Polo Norte hasta los 55°¾.”
“Dentro de ella, la estrella (β CrB) al Oeste junto a la brillante (α CrB) conduce (es decir, es la primera en salir), estando en Scorpius 0.5°. La cuarta estrella (ι CrB) al este de la brillante (α CrB) es la última (es decir, en salir) [. . .] 49° del Polo Norte. El más austral (δ CrB) es el tercero contado desde el brillante (α CrB) hacia el Este, que está a 55°¾ del Polo Norte.”
La vanidad, la estupidez o el miedo de los hombres, hicieron primero enterrar el saber que no podían entender o modificar a su antojo. La posición de las estrellas, los eclipses. La tierra que giraba alrededor de un sol vagando por el espacio.
La humildad y el trabajo trajeron de vuelta una pequeña parte de este conocimiento colectivo que nos enseña lo frágiles que somos. Y lo inmensamente lejos que podemos llegar.
Ojalá que el destino nos deparase muchos más amaneceres triunfales de cultura y muy pocos ocasos de ignorancia.
Que nos permitiera retroceder en el tiempo y detenerlo cuando la Biblioteca de Alejandría reinaba coronada de esplendor. Y el saber se concentraba en papiros alojados en estancias, apretados y firmes esperando la posteridad. Conservando en su blando regazo vegetal la justificación del universo.
Foto 1: Documento original del Codex
Foto 2: Imagen multiespectral, en rojo el texto en griego bajo el siríaco en negro
Foto 3: Texto en griego resaltado en amarillo.
Fuente: © Museo de la Biblia, 2021.