El personaje del mes
Galileo Galilei
Pisa, 1564 (Italia) / Arcetri, 1642 (Italia)
Por Lourdes Cardenal
La mañana del nuevo día dibujó el recuadro de la puerta entreabierta.
Galileo había descansado mal, el frío hacía mella en sus articulaciones y aquella casa no reunía las condiciones adecuadas para que se sintiera cómodo.
Aun así, se levantó con harta dificultad y se dirigió a su mesa de estudio. Cargó la pluma en el tintero y se dispuso a escribir el capítulo del libro que había comenzado unos cuantos meses antes, y al que titularía “Discursos y demostraciones matemáticas en torno a dos nuevas ciencias”. Había perdido la visión de un ojo, y el otro empezaba a apagarse lentamente.
Los jueces habían sido indulgentes con él.
Aunque sus benefactores habían terminado por darle también la espalda, su nombre y su carrera habían indultado su vida.
Desde siempre, el germen del saber crecía en su interior. Era, pues, necesario dedicarle una vida de estudio y de investigación. ¿Acaso no era el Renacimiento el perfecto escenario para toda su alocada curiosidad?
Siempre necesitando más, insatisfecho y perfeccionista. Un espíritu joven hasta el último de sus días. Un carácter intrépido y personal. ¿Qué deseaba su padre para él? Que fuera médico. ¿Qué hizo? Abandonar los estudios de medicina a los dos años de iniciarlos para dedicarse con pasión a las matemáticas. Y con acierto, porque con 28 años ocupaba la cátedra de Matemáticas en Padua.
Amaba la belleza y el estudio. Nunca se casó, pero tuvo tres hijos con la mujer de su vida, Marina Gamba.
Telescopio refractor de Galileo de 1609. Fuente :© Wikipedia
Observación de las fases de la Luna con el telescopio refractor
Había realizado observaciones, sobre física, sobre la gravedad de los cuerpos en caída libre o en un plano inclinado sin apenas rozamiento. Y aunque es falso que se subiera a la torre de Pisa para tirar objetos que demostraran su teoría, bien podía haber protagonizado este episodio. Era el nacimiento del método científico, que determinaba que, para establecer conocimientos nuevos, era necesario emplear la observación, la experimentación y el establecimiento de hipótesis. La idea de que todo el conocimiento se obtenía por medio de la reflexión, fue descartada por este científico renacentista, considerado el precursor indiscutible de la ciencia moderna.
Había escrito obras de filosofía y de astronomía.
Su fantástico “Sidereus Nuncius” (El mensajero sideral) que presentaba a la comunidad científica el nuevo método ideado por él, con el que conseguía generar conocimiento y documentaba los nuevos hallazgos que había conseguido para la astronomía.
El Sidereus Nuncius (Mensajero Sideral) de Galileo, publicado en 1610.
En este libro, volcaba el fruto de la experiencia de haber sido el primero en estudiar el cielo con un telescopio, y haber reconocido rasgos que nadie más había visto antes, como la orografía de nuestra Luna, las manchas solares, las fases de Venus, y sus cuatro “Medicea Sidera”, las lunas dedicadas al Medici que le protegía, los cuatro satélites galileanos que más tarde se llamarían Calisto, Europa, Io, y Ganímedes.
Él, que había leído a Nicolás Copérnico y a Claudio Ptolomeo. A Aristóteles y a Tomás de Aquino. Que había construido un telescopio refractor, con una lente óptica delicada y pulida que aún hoy se conserva en el Museo de Florencia que lleva su nombre, y que roza la perfección.
El hombre que inspiró a tantos otros, a científicos, a poetas, a dramaturgos, a músicos.
Él, que por dos veces había desafiado el poder de la Iglesia, y que no pudo sustraerse a la necesidad de publicar la verdad cuando la hubo deducido.
Porque tras estudiar y documentar el tránsito de las lunas alrededor de Júpiter, tuvo que imaginar que lo mismo ocurría con el planeta que él habitaba. Y todas aquellas observaciones fueron determinantes para sus hipótesis posteriores.
No demasiados años después del oscurantismo medieval que representaba el “finis terrae” con monstruos marinos y cataratas infinitas que arrojaban los mares de la Tierra al vacío, no mucho después de asegurar la redondez de nuestro mundo, se atrevió a defender las teorías heliocéntricas copernicanas…. por mucho que nos gustase y adulase la idea de la Tierra como centro de todo lo visible, y la elevación del hombre como ser superior a imagen y semejanza de Dios, Galileo tuvo el valor de postular que era al revés, que nosotros girábamos a merced de las olas del gran Sol, de nuestra preciosa estrella tipo G, y debió pensar también, no sólo eso, sino que éramos aún más insignificantes, que flotábamos a la deriva en un brazo perdido de nuestra tibia galaxia, rozando la infinitud, colocando al hombre, pese a todo, magnífico y perfecto, justo en el lugar que le correspondía.
Qué gran verdad.
Y que carísimo precio el que tuvo que pagar por ella.
Porque la Iglesia rechazó por dos veces sus ideas, contrarias a la concepción de Dios y del ser humano en el universo, y no satisfecha con sus demostraciones, le condenó la segunda vez por herejía.
El juicio a Galileo de 1633, obra anónima. Fuente :© Wikipedia
Llevaba ya unos meses recluido en la casa que habitaba.
Era una antigua casa de piedra que caldeaba la chimenea con su rescoldo tenue.
En invierno, la noche se colaba por las estrechas ventanas sobre las cinco de la tarde. Su vista delicada se resentía tanto que para escribir los “Discorsi” necesitaba la ayuda de sus discípulos.
Aquella mañana, era pronto y aún atisbaba el resplandor del hogar encendido por el ojo izquierdo. Viejo ya, enfermo. En un año se habría quedado ciego.
“Toda la luz se ha extinguido…ese cielo, ese mundo, ese universo que yo, mediante mis observaciones y demostraciones he expandido cien mil veces más allá de cualquier cosa antes vista por los estudiosos de los siglos pasados, ahora se ha hundido y estrechado hasta llegar no más allá de mi propio cuerpo.” (Carta de Galileo a Ismaele Boulliau, recogida en Le opere di Galileo Galilei de Antonio Favaro)
Cómo podría el genio consumirse en esa oscuridad.
Qué dolor sin esquinas asomaría al borde de sus manos.
Qué inimaginable soledad cósmica, después de haber saciado sus ojos tanto tiempo con la líquida luz de las estrellas…
Bibliografía consultada
- Galileo Galilei “El mensajero sideral” (1610)
- Galileo Galilei, Nicolás Copérnico “Opúsculos sobre el movimiento de la tierra” (1615)
- Galileo Galilei “Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo, el ptolemaico y el copernicano” (1632)
- Galileo Galilei “Diálogos acerca de dos nuevas ciencias” (1638)
- Bertold Bretch “Galileo Galilei” (Teatro)
- Philip Glass/Mary Zimmermann “Galileo Galilei” ópera compuesta por Philip Glass, con libreto de Zimmermann (2002)
- Kim Stanley Robinson “El sueño de Galileo” (Galileo’s Dream, 2009) novela
- Carta de Galileo a Ismaele Boulliau, recogida en Le opere di Galileo Galilei de Antonio Favaro.