Curiosidades
SN 1054A, la estrella invitada
Constelación de Tauro, 4 de julio de 1054
Por Lourdes Cardenal
Desde siempre, ha sido el objeto astronómico que más ha llamado mi atención. Por algo es la primera entrada de la lista del catálogo Messier.
Alumbrándonos desde las astas de la constelación de Tauro, lleva casi mil años de fulgor. Apareció en el cielo medieval el 4 de julio de 1054. Sin avisar, de un día para otro. De repente una noche, surgió como una estrella invitada en el firmamento conocido.
Los chinos y los árabes siempre han sido excelentes observadores del cielo, y han transcrito en diferentes mapas estelares aquello que veían. Todos ellos describieron el fenómeno como un resplandor visible a plena luz del día durante tres semanas, y por las noches a simple vista durante casi dos años.
Habría que pararse a pensar lo que debió suponer en esta época, la aparición de este objeto desconocido hasta entonces, en el comienzo del nuevo milenio, periodo de transición entre la Alta y la Baja Edad Media, mientras los árabes consolidaban su conquista hacia el Norte, y exactamente en el mismo año en que se producía el cisma eclesiástico entre Oriente y Occidente.
Recreación de la «estrella invitada» en la mañana del 4-7-1054, nótese el tamaño relativo de la luna (Stellarium)
Al estar situado en la banda zodiacal, en la constelación de Tauro, muy cerca de la eclíptica, podía verse desde casi todos los puntos del mundo conocido.
Los campesinos europeos, analfabetos y pobres, los señores feudales, los instruidos árabes, los caballeros cruzados que defendían Jerusalén, los bárbaros del norte, con sus ansias de conquista, los judíos sefardíes, los nubios, los etíopes, los amerindios, los asiáticos que se expandían, todos los que pudieron contemplar el evento debieron quedar maravillados.
Los astrónomos chinos lo llamaron “la estrella invitada” e interpretaron la aparición del nuevo sol en su bóveda celestial, perfecta y escondida dentro de otras esferas, como un símbolo de buen augurio. Fue descrita con todo detalle por Yang Wei-te, quien anunció la llegada de una nueva estrella: «humildemente observé que una estrella huésped había aparecido; encima de dicha estrella había un débil halo, de color amarillo. Si uno examina cuidadosamente el pronóstico concerniente al emperador, la interpretación es la siguiente: el hecho de que la estrella huésped no traspasó Pi, y su brillo es grande, significa que hay una persona de gran valía.» Los registros chinos la ubicaron en la constelación de Tauro.
Informe chino identificado como estrella invitada de la supernova de 1054 (SN 1054). Fuente: @ Lidai zouyi mingchen
Los astrónomos árabes también registraron estos hechos. En Japón se tuvo igualmente noticia de la aparición de un nuevo sol en el cielo. Y muchos más lejos, en América, los indios anasazi dibujaron petroglifos del evento, asegurándose la persistencia de sus observaciones a través de los siglos.
Pero no hay ningún testimonio en Europa. Seguramente porque aquí, tras la sorpresa inicial, apareciera el miedo. Porque la mayoría no tenía conocimientos. No sabían leer, no tenían acceso a la cultura escrita. Y las ideas predominantes en torno al primer milenio, eran las aristotélicas, con su física del universo inmutable, de que todo era perfecto y nada podía variar, de forma que el cielo no cambiaba nunca. Debieron concebir el acontecimiento como el mal presagio del siglo que les tocaba vivir. Con tantas guerras, enfermedades y muerte. Con un hambre ancestral que no les permitía pensar o concentrarse mucho más allá de ir sobreviviendo cada día. Con un simbolismo religioso tan fuerte como para pensar que aquello podía haber sido obra del diablo.
Quizá algún joven monje estudioso de los clásicos, que mirara la nueva luz a través de las estrechas ventanas de su celda, estuviera tentado de escribirlo, de contar con detalle lo que vio, para que, en un futuro, alguien leyera lo que había sucedido, y como él, sacara conclusiones de su descubrimiento, el eterno dilema de legar las ideas a la posteridad.
Pero al final debió dudar si hacía lo correcto…y si su escrito contravenía el orden natural, y, por lo tanto, era contrario a las enseñanzas de la Iglesia. Mejor dejarlo así.
Y así quedó hasta que, siete siglos después, en 1731 el astrónomo inglés John Bevis, la descubrió para la ciencia, y en 1758, el francés Charles Messier la anotó en la primera entrada de su catálogo de objetos celestes difusos no cometarios (así lleva la designación M 1). El nombre del “Cangrejo” fue obra de William Parsons, tercer conde de Rosse, ya en el siglo XIX, al realizar un primer dibujo de la nebulosa en la que presentaba una forma muy similar a este animal.
Dibujo por William Parsons, Tercer Conde de Rosse. Este dibujo dio lugar al nombre de «Nebulosa del Cangrejo». Fuente @ Wikimedia Commons
Desde entonces, ha sido estudiada por astrónomos de todo el mundo. Edwin Hubble, en 1928 observó que la nebulosa del Cangrejo cada vez aumentaba de tamaño, y esto era debido a que el gas que la forma, está en expansión, y calculando la velocidad de esta expansión, determinó que el material proyectado por la explosión de esta supernova debería haber estado junto hacia el año 1050, que es la fecha en la que datan los registros históricos de astrónomos chinos, japoneses y árabes en la que hablan de la aparición de un objeto más brillante que el planeta Venus, que podía verse a plena luz del día durante casi un mes, y que pudo ser observada casi dos años por las noches. Pasado todo este tiempo, su fulgor se fue apagando lentamente hasta dejar de percibirse.
John Duncan comparó placas fotográficas de la nebulosa tomadas en años diferentes, 1909, 1921 y 1938, y un año después, confirmó la expansión de la nebulosa.
En 1942, Nicholas Mayall empleando técnicas de espectroscopia, pudo determinar la velocidad de esta expansión en más de 1000 kilómetros por segundo. Junto con Jan Oort publicó un artículo, acompañado por una recopilación de información histórica de un experto en culturas orientales, que demostraba que la nebulosa del Cangrejo era la misma “estrella huésped” que habían visto los astrónomos chinos en el año 1054.
Imagen en mosaico tomada por el Telescopio Espacial Hubble de la NASA. Fuente @ HubbleSite, NASA
Esta estrella huésped fue una supernova, la explosión final de una estrella ocho veces más grande que el Sol, que brilló durante los días siguientes con una intensidad millones de veces mayor a su destello normal, colapsando su centro hacia el interior para formar una estrella de neutrones que hoy vemos como un púlsar. Los elementos de las capas externas fueron arrojados a altísimas velocidades, convirtiéndose en polvo y gas de la nebulosa que se puede observar en la actualidad. Con la expansión, el gas se fue enfriando y apagando hasta que, al cabo de unos años, apenas fue perceptible al ojo humano.
Fue el púlsar de la estrella, girando vertiginosamente, el que originó las partículas de alta energía que hacen que todavía continúe brillando, aunque en unos miles de años girará cada vez más lentamente y ya no podrá hacer que la nebulosa brille, que, además, como se expande, acabará volviéndose mucho más tenue hasta que se disuelva en el vacío.
Un púlsar (término que deriva de la contracción de las palabras inglesas “pulsating star”), es una estrella de neutrones que gira a gran velocidad, originando unos campos magnéticos muy potentes, que generan una gran aceleración de partículas, hasta el punto de que emiten energía en forma de radiación. Sólo hay dos púlsares que son visibles desde la Tierra: este púlsar y el púlsar de la Vela, observable desde el hemisferio sur.
El del Cangrejo emite ondas de radio, radiación gamma y rayos X. Su energía es tan intensa que se ha tomado como patrón de calibración en astronomía de rayos X, porque la densidad de su flujo y su espectro son constantes conocidas. Esta señal, periódica y fuerte, se utiliza para comprobar la sincronización de los detectores de rayos X. Como unidad de densidad de flujo, se define el “cangrejo” y el “milicangrejo”, ya que ninguna otra fuente de radiación X supera al púlsar del Cangrejo en brillo.
Combinación de datos de imagen óptica del Hubble (en rojo) y de rayos X imágenes del Observatorio de rayos X Chandra (en azul). Fuente @ HubbleSite, NASA
Las numerosas observaciones de este objeto, han servido para identificar la relación entre la supernova, la nebulosa y el pulsar.
A la supernova se la denominó SN 1054. Y al púlsar que se descubrió en 1968, una pequeña estrella de neutrones de tan solo veinte kilómetros de diámetro girando sobre su eje treinta veces por segundo, se la identificó como PSR B0531+21.
Contemplar una supernova supone todo un espectáculo, la explosión luminosa y brutal de una estrella moribunda. El apoteósico final de un astro mucho mayor que nuestro sol, uno de los fenómenos cósmicos que más luz emite.
La Nebulosa del Cangrejo, animación de imágenes obtenidas por 5 observatorios (10 de mayo de 2017). Fuente @ NASA
Hay algo de divino y de agónico en ello, para nosotros, mudos espectadores de un proceso tan cataclísmico. El estallido estelar, que expulsa todas las capas exteriores de forma tan violenta, originando gigantescas nubes de polvo y gas alrededor, dejando en el interior el oscuro corazón convertido en estrella de neutrones que alimenta un incesante púlsar, un faro radiactivo que nos ofrece su fascinante imagen de espectro desde las tenues ondas de radio hasta los destructivos rayos gamma, recorriendo el universo para llegar a nosotros.