El personaje del mes

Claudio Ptolomeo

Egipto, 90? (Imperio Romano) / Alejandría, Egipto, 168? (Imperio Romano)

Por Lourdes Cardenal

El “Almagesto” (“al-majisti”), término árabe que significa Obra Magna, fue el tratado que reinó de forma absolutista en el mundo occidental durante 1400 años. Su astronomía geocéntrica confirió al mayor error de la ciencia, carácter de dogma, y encumbró a su autor, Claudio Ptolomeo, un astrónomo y astrólogo egipcio que trabajaba para la Biblioteca de Alejandría, al olimpo de los dioses.

Este compendio de trece libros, se iniciaba con un catálogo del contenido de los mismos, y con un epigrama en el que resumía su paso por el mundo hacia la eternidad:

Bien sé que soy mortal, una criatura de un día.
Pero mi mente sigue los serpenteantes caminos de las estrellas
Entonces mis pies ya no pisan la tierra, sino que, al lado de Zeus mismo,
me colmo con ambrosía, el divino manjar.

 

De la vida y hechos de Claudio Ptolomeo, no ha quedado apenas registro.


Pudo ser un escriba olvidado que despuntó bajo el imperio de Adriano, recopilando las teorías de Eratóstenes y el catálogo de estrellas de Hiparco. Un erudito desconocido, cuyo nombre sólo indica que era romano (Claudius) y que nació en Egipto (Ptolemaius).
Probablemente dominaba múltiples disciplinas: la Matemática, la Música, La Astronomía y la Geografía entre otras, de lo que dejó constancia con tratados en los que se recogía buena parte de su saber.


Seguramente paseaba por la playa de Alejandría, bañada por la prístina luz mediterránea que transforma a los pueblos, desde Tartessos oriental, Cartago, Sicilia, Creta, Libia, Grecia o Éfeso en Asia Menor. Y mientras caminaba, sus ojos estudiaban el orto y el ocaso, los eclipses, y la franja zodiacal de las estrellas.

Alejandría romana, reconstruccion por Ubisoft

Vivía en la Alejandría romana de los primeros siglos del nuevo milenio, que era muy parecido a vivir en Roma. Esta ciudad, fundada tres siglos antes de Cristo por Alejandro Magno a la orilla del mar Mediterráneo, competía con la capital del Imperio en esplendor, en la época de Claudio Ptolomeo. Sus calles de diseño impecable, su Faro considerado una de las Siete Maravillas, su Biblioteca o su Museo, hacían más fácil la complicada vida de la antigüedad, donde nunca faltaban, como en Roma, la enfermedad y la muerte.

 

Pero a diferencia de Roma, en Alejandría la influencia griega se hacía notar abiertamente. Su tradición académica permitía el acceso al valioso material archivado celosamente en sus bibliotecas. Aquí, los estudiosos como Ptolomeo, tenían cabida y encontraban su lugar en la historia.

 

Y él, que nació seguramente entre el 85 o el 90 año del primer siglo, y murió en torno al 168, dedicó su vida a recopilar más de cinco siglos de cultura griega. Hizo observaciones astronómicas entre los años 127 y 141, y tuvo acceso al saber guardado en la Biblioteca.

 

La biblioteca de Alejandría en la época romana, en un grabado del siglo XIX.  Fuente :© Wikipedia

 

Recabó toda la información que pudo y construyó un fascinante escenario astronómico en el que la Tierra se erguía en el centro, proyectando su energía cósmica alrededor, haciendo girar en torno a sí misma al Sol, la Luna y a los otros planetas sobre un fondo de estrellas inmutables que resolvían todos los modelos matemáticos propuestos hasta el momento.

 

Compiló en su tratado más extenso, trece libros en los que justificó un universo basado en el sistema aristotélico, una visión del mundo basada en una Tierra inmóvil alrededor de la que giraba la esfera de las estrellas fijas, que incorporaba a su vez las esferas del sol, la luna y los planetas, usando combinaciones de movimientos para los que desarrolló las matemáticas necesarias, presentando nuevos métodos trigonométricos, nuevos teoremas y nuevas demostraciones geométricas.

De Hiparco de Nicea, recogió la descripción de las “estrellas fijas” a las que sumó sus propias observaciones, argumentando la creencia de que éstas siempre mantienen las mismas posiciones unas respecto de otras, y elaborando un catálogo con más de mil estrellas, concretamente 1028, dando lugar así a la descripción clásica de las Constelaciones, incluidas las Zodiacales, que ha llegado casi inalterable a nuestros días.

Gráfico que muestra los signos del zodíaco y el sistema solar con el mundo en el

centro – Scenographia system mvndani Ptolemaici, 1660.  Fuente :© Wikipedia

Entre estas observaciones catalogadas hay un detalle curioso, y es una exhaustiva descripción de un objeto notable, situado en la Vía Láctea, a nivel zodiacal entre las constelaciones de Escorpión y Sagitario, un cúmulo abierto, grande y luminoso, visible a ojo desnudo en el cielo nocturno. Ptolomeo es el primer astrónomo en describirlo aquí, en torno al año 130, como “la nebulosidad que sigue a la cola de Scorpius”, aunque es posible que asociara también la observación de otra importante nebulosidad vecina, el cúmulo abierto de la Mariposa.

 

Este objeto, el más austral de todos los objetos de su Catálogo, lo incluyó Charles Messier como M7, dieciséis siglos después, el 23 de mayo de 1764, con la siguiente descripción: “Cúmulo de estrellas considerablemente mayor que el anterior (M6); este cúmulo aparece a simple vista como una nebulosidad, está a poca distancia del precedente, situado entre el arco de Sagitario y la cola del Escorpión.” En su honor, M7 también se conoce como “Cúmulo de Ptolomeo”.

 

El cúmulo estelar Messier 7, por el telescopio MPG/ESO de 2,2 metros del Observatorio La Silla.  Fuente :© ESO, Wikipedia

John Herschel lo observó años más tarde, situado muy alto en el cielo, en su viaje al hemisferio sur, desde el Cabo de Buena Esperanza y su descripción se incluyó en el Nuevo Catálogo General con el número NGC 6475.

 

Los escritos de Ptolomeo llegaron a Europa en versiones traducidas al árabe. Su obra principal y más famosa, que influyó en la astronomía árabe y europea hasta el Renacimiento, fue conocida como ya se ha dicho, con el nombre de “Almagesto”, aunque su autor la había llamado “Sintaxis Matemática” o “La más grande recopilación matemática”.

 

Páginas del Almagesto. Manuscrito árabe de 1397 con tablas astronómicas.  Fuente :© Biblioteca Bodleiana, Oxford

Del mismo modo, el “Tetrabiblos”, (otro tratado de cuatro libros sobre la filosofía y la práctica astrológicas que se consideraba su volumen complementario y en los que aplicó la astronomía a la astrología y la creación de horóscopos), la “Geografía”, (minucioso referente cartográfico con indicaciones de longitud y latitud de todos los puntos de la tierra explorada, con elaboración de mapas inexactos en muchas zonas, al estar limitado a usar los datos existentes de baja calidad para todo aquello que estuviese fuera del Imperio Romano), y el resto de su obra conocida, escaparon del olvido gracias a traducciones árabes.

 

El modelo geocéntrico ptolemaico triunfó porque explicaba la apariencia de lo que veíamos. Sus complicadas teorías de epiciclos y órbitas deferentes daban respuesta al transitar de los astros por el cielo.

 

Y no sería destronado hasta el siglo XVI, cuando en 1543, Copérnico presentara su teoría heliocéntrica en “De revolutionibus”.

 

Aunque Claudio Ptolomeo cometió muchos errores al realizar sus observaciones y en las conclusiones de sus modelos, tuvo la notable intuición de intentar dar una explicación científica para la mecánica del Universo. La perdurabilidad de este modelo equivocado fue la consecuencia lógica del oscurantismo medieval, en esa época de fe ciega en la que todo era inmutable y permanente, y en la que apenas llegaba a Europa nada salvo guerras, plagas y hambre, y apenas recordábamos ya cómo la tibia luz alejandrina nos calentaba el alma.

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