El personaje del mes

Caroline Herschel

Hannover, 1750 (Alemania) / Hannover, 1848 (Alemania)

Por Lourdes Cardenal

La viruela en 1750 era una enfermedad terrible.

Asolaba Europa y afectaba en forma de epidemia a una gran parte de la población, a la que desfiguraba o causaba la muerte.

Para quién la padecía, suponía un estigma, quedar marcado por sus cicatrices para el resto de su vida. Era un castigo, una dolencia incurable cuyas secuelas se padecían para siempre. Nadie estaba libre de ella, ni pobres ni aristócratas, el mismo Wolfgang Mozart la padeció cuando tenía 11 años, y hasta el final del siglo, Edward Jenner no descubriría la forma de poder evitarla.

Esto fue lo que le pasó a la joven Caroline, la hermana del famoso astrónomo William Herschel cuando siendo muy niña, tuvo la desgracia de contraerla. Durante unas semanas que parecieron una eternidad, ella sufrió las fiebres, el dolor y las pústulas y consecuencia de ello fue una lesión que afectaba a su ojo izquierdo y un rostro deformado por las cicatrices.

Tuvo qué considerarse afortunada de no presentar más secuelas, puesto que la viruela con frecuencia producía ceguera y la tercera parte de los infectados no sobrevivía.

Después de aquello, aún enfermó de un tifus que le frenó el crecimiento, no superando nunca la talla de 130 centímetros con la que llegó a la edad adulta.

Cualquiera en su lugar se hubiera sumido en la tristeza y el olvido.

Pero Caroline estaba destinada a ser diferente; para gestionar todo aquello del modo que lo hizo, tenía que ser muy fuerte. Su belleza se había visto dañada antes de florecer, pero su verdadero rostro se apreciaba con el corazón.

Su padre, al que perdió muy pronto, le había dado clases en secreto de matemáticas, astronomía, música, idiomas y otras disciplinas a las que normalmente las mujeres no tenían acceso. Cuando faltó, y su madre decidió que tenía que dedicarse al cuidado de la casa y a otras labores domésticas, su hermano William, que se había marchado a Inglaterra para trabajar como músico y astrónomo, decidió llevársela con él.

Caroline siempre le agradeció que la admitiera bajo su techo y la apoyara en todas sus investigaciones, porque ella no sólo le ayudó en su trabajo como astrónomo real, sino que, por sí misma fue la descubridora de muchos objetos escondidos en el cielo profundo.

Junto a su hermano, estudió y clasificó más de mil estrellas dobles, (con lo que reforzó la idea de los sistemas binarios estelares y la base para considerar que existía gravedad fuera del sistema solar), ocho cometas y tres nebulosas. Así que cambió la concepción de “astronomía planetaria¨ por “astronomía sideral¨. Y colaboró en la construcción de los telescopios, puliendo los espejos de tal forma que rozaban casi la perfección.

En una carta dirigida a una de sus hermanas, le confesaba que, mientras William estaba de viaje por trabajo, ella se ocupaba de escudriñar con su telescopio los cielos. Le decía cómo había descubierto ya ocho nuevos cometas y tres nebulosas nunca antes vistas por el hombre, y estaba preparando un índice a las observaciones de Flamsteed, junto con un catálogo de 560 estrellas que el British Catalogue había omitido, más una lista de erratas de esa misma publicación. Admitía orgullosa lo bien que se le daban los números, por lo que era la encargada de realizar los cálculos necesarios, así como el programa de observación de cada noche, porque gracias a su excepcional intuición era capaz de descubrir un cúmulo de estrellas tras otro. También le contaba en esa carta a su hermana, que le había ayudado a pulir los espejos y lentes del nuevo telescopio, el mayor que existía, construido hasta esa fecha. Y terminaba describiendo la emoción que sentía cuando lo apuntaba a algún nuevo rincón de los cielos, para ver algo que nunca antes había sido visto desde la Tierra, siendo ella y su hermano las primeras personas en contemplar los fascinantes tesoros escondidos en las estrellas, esos lugares secretos que tenía la obligación de revelar, y que siempre serían enormes y magníficos comparados con la pequeñez del hombre.

Telescopio Herschel de 20 pies

Todos esos años, durante interminables noches, observó y anotó cuanto sus delicados ojos podían ver en los nublados cielos de Inglaterra.

Ayudó a su hermano, incansable, a recopilar, ordenar y organizar su catálogo de galaxias y objetos de cielo profundo.

Trabajó sistemáticamente, minuciosamente.

Ni el frío de las madrugadas del invierno, la humedad, o el cansancio, hacían mella en sus observaciones, su espíritu emprendedor y su curiosidad científica.

Cuando falleció William, ella se volvió a Alemania, y siguió trabajando en sus catálogos y resúmenes, donde incorporó todas las observaciones registradas durante las largas noches en las que trabajó con él.

Vivió 97 años, casi un siglo, y ello le permitió conseguir ser la primera mujer considerada astrónoma profesional y cobrar por ello el sueldo como ayudante de astronomía que le dio el rey Jorge III de Inglaterra, además de ser merecedora de otros premios y méritos, como el nombramiento como miembro de hecho, de la Royal Astronomical Society, y de la Real Academia Irlandesa, o la medalla de oro que le otorgó el rey de Prusia y que recibió de manos del naturalista Alexander von Humboldt.

En su honor, hay un cráter lunar que lleva su nombre, al borde del Mare Imbrium, y el cúmulo NGC 7789 (un cúmulo abierto en Casiopea, descubierto por ella en 1783 e incluido en el catálogo de su hermano como H VI.30. también conocido como Cúmulo de la Rosa Blanca o Cúmulo de la Rosa de Carolina). Los objetos de cielo profundo que descubrió fueron incluidos en el catálogo que elaboró William, y actualmente figuran en el New General Catalogue con los números NGC 205, 225, 253, 381, 659, 891, 2349, 2360, 2548, 6633, 7380 y 7789.

Hasta hoy, sus observaciones y anotaciones tienen el altísimo valor de ser tan fieles a sí mismas, como ella, que nunca quiso rendirse. Aún iluminan la pasión que la llevó a dedicar toda su vida a descubrir, como una aventurera de los cielos, otros mundos preciosos que hasta entonces vagaban por el espacio perdidos y ocultos a nuestros ojos.

Bibliografía consultada

– O´Meara, Stephen James, “Hidden Treasures” 2007, Editorial: Cambridge University Press.

 – Wilson, Barbara, “Caroline Herschel: no ordinary eighteenth-century woman” 2005, Editorial: Cambridge University Press.

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