El Astrolabio
Breve historia
Origen y evolución del instrumento
Por Lourdes Cardenal
Hay algunos objetos que ejercen una extraña fascinación sobre nosotros.
Por ser inalterables al paso del tiempo, por el aura de misterio y ciencia adelantada que irradian, por el magnetismo que desprenden al acercarnos a ellos, con reverencia, con asombro, como si fueran la llave que diera paso a conocimientos imposibles sin su presencia.
El astrolabio reúne en su diseño una gran parte de saber aplicado. Es una herramienta utilísima y mágica, que representa en su conjunto la tecnología de la antigüedad y la simplicidad de lo eterno.
Como curiosidad, hay que decir que el primer tratado de que se conserva, sobre fabricación y usos de un astrolabio es una obra del siglo VI atribuida a Juan Filópono. Y el ejemplar más antiguo que ha llegado hasta nosotros se exhibe en el Museo Nacional de Kuwait. Está fechado en torno al año 927, y procede de la ciudad persa de Ispahán.
De usu astrolabii eiusque constructione libellus – Johannes Philoponus. Ed. Weber (1839)
El primer astrolabio del que se tiene información se remonta a Hiparco de Nicea, al siglo II a. C. Era el modo en que los griegos llevaban la bóveda celeste a un plano que podían manejar.
Claudio Ptolomeo en Alejandría lo mejoró y utilizó para establecer la posición de las constelaciones boreales y las más de mil estrellas que describió en su obra más conocida, “Almagesto”.
Pero esta obra llegó a nosotros gracias a los traductores árabes, así como la ciencia y técnica del Astrolabio, término que etimológicamente significa “el buscador de estrellas” y que da nombre a nuestra página web.
Abd Al-Rahman Al-Sufí, más conocido como Al Sufí, no solo tradujo la obra ptolemaica, con su catálogo de estrellas y su comprensión del movimiento de los astros, con sus epiciclos y sus recorridos irreales, sino que lo mejoró y amplió, regalándonos un increíble “Tratado sobre las estrellas fijas”, donde incluía los dibujos de muchas más constelaciones y cientos de estrellas, además de nebulosas. Y a él también corresponde la fabricación de un astrolabio minuciosamente detallado, que ha sido fuente de inspiración para todos los que se han construido después.
Partes del Astrolabio medieval
Aunque la mejor adaptación de este instrumento, se la debemos a Abu Ishaq Ibrahim Ibn Yahya, llamado Azarquiel, un astrónomo y matemático nacido en el siglo XI, que vivió en la ciudad de Toledo.
Azarquiel inventó la azafea, que es un astrolabio perfeccionado que permite hacer las observaciones desde cualquier latitud terrestre y que ha llegado hasta nuestros días, siendo estudiado y recreado por la Escuela de Alfonso X. Escribió las Tablas Toledanas, precursoras de las Tablas Alfonsíes, así como otros importantes tratados astronómicos. Una réplica renacentista de la Azafea de Azarquiel, uno de los veintiún astrolabios firmados por Gualterio Arsenius en 1566, se conserva en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.
Azafea del siglo XI realizada por Azarquiel (Al-Zarqali). Copia expuesta en la Torre de la Calahorra de Córdoba. Original en Barcelona
Otro astrónomo andalusí que vivió entre los siglos X y XI, el también cordobés Ibn al-Saffar, trabajó en la escuela fundada por su colega Al-Majriti en Córdoba. Su obra más conocida fue un “Tratado sobre el astrolabio”, un texto ampliamente utilizado hasta finales del siglo XV que influyó en la obra de Kepler.
El tratado de Al-Saffar, según el historiador Paul Kunitzsch, fue el texto que utilizaría Chaucer para escribir su propio tratado cuatro siglos después.
Geoffrey Chaucer, (1343-1400) el poeta inglés renacentista, famoso autor de los “Cuentos de Canterbury”, escribió un “Tratado sobre el Astrolabio” en 1391, que es considerado el más antiguo escrito en inglés medieval, y que explica los conceptos más difíciles de entender con asombrosa claridad. Se piensa que el objeto de esta magna obra de 22 volúmenes, que se conserva en la Biblioteca Bodeliana, fue la de enseñar a su hijo, por entonces un niño, el uso y la utilidad del astrolabio.
El texto original que Chaucer utilizó para la elaboración de su libro parece relacionarse con una traducción latina del tratado árabe de Messahala del siglo VIII. Su descripción del instrumento sobrepasa ampliamente la del árabe. Como ya se ha comentado, Paul Kunitzsch sostuvo la teoría de que el tratado sobre el astrolabio atribuido durante mucho tiempo a Messahala y traducido por Juan de Sevilla fue, en realidad, escrito por Ibn al-Saffar, el discípulo de Maslama al-Majriti.
Láminas de W. Skeat para acompañar el Tratado del Astrolabio, de Geoffrey Chaucer. Fuente @ Wikimedia Commons
El uso del astrolabio, desde su origen hasta su declive, pasó por muy diferentes etapas, a lo largo de la historia. Era un instrumento de precisión con el que se podía determinar la posición de las estrellas, el paso del zodíaco, la fecha, la hora, la latitud en la superficie terrestre, las mareas y hasta una topografía básica que medía alturas y profundidades.
Desde la antigua Grecia, en ciudades como Atenas, y posteriormente, en la Alejandría ya romana, donde se utilizaba como instrumento exclusivamente astronómico para determinar la posición y altura de las estrellas sobre el cielo, pasó a un uso, además, cronológico y religioso para los musulmanes medievales.
El Mare Nostrum que nos hermana a todos, sirvió de crisol para concentrar y difundir después todos estos conocimientos de los intelectuales griegos y romanos, llegando una gran parte hasta nosotros de una forma indirecta a través de la cultura islámica, cuya rápida expansión permitió la circulación de todo este saber, no solo traducido, sino, por lo general, ampliado y estudiado por los hombres de ciencia árabes, de una forma mantenida y constante. Se tradujeron, no sólo textos grecorromanos, sino también de otras lenguas como el asirio o el sánscrito. El especial interés de la ciencia en el Islam por la astronomía y la medicina, fue el motivo principal por el que se tradujeron sobre todo del griego. Los libros fueron, de este modo, la moneda de cambio de los territorios conquistados, engrosando las enormes salas de nuevas bibliotecas, como trofeo de guerra o como tributo al vencedor.
En la España musulmana del siglo XI, el periodo de los reinos de taifas fue la edad de oro de la astronomía andalusí, donde el estudio de las matemáticas y la astronomía formaban parte de la educación de los intelectuales y los príncipes, a los que se enseñaban estas disciplinas con la ayuda del Almagesto y se incluían el estudio de los eclipses, de las estrellas y constelaciones, el conocimiento de las longitudes y latitudes, métodos para calcular el tiempo, tablas astronómicas y el uso del astrolabio.
Astrolabio de Ibrahim ibn Said al-Sahli, creado en la taifa de Toledo en 1066. Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Fuente @ Wikimedia Commons
Por eso, fue aquí donde se inició la técnica más perfecta en la construcción y usos de este instrumento, que mejoraron mucho su precisión gracias a la impecable técnica del grabado sobre metal y de los detalles minuciosos que aportaron. De hecho, se considera que la verdadera difusión del astrolabio en las sociedades cristianas se produjo más, como consecuencia del propio instrumento perfeccionado y de su uso, que por el estudio de los complicados tratados en árabe o latín sobre su fabricación y empleo.
Durante muchos siglos, sirvió de orientación para los marinos, sobre todo en Europa en la época de los descubrimientos, hasta que finalmente, en el ocaso del siglo XVII, fue destronado por el sextante, otro instrumento de navegación de mayor precisión. Y a nivel astronómico, su uso también fue reemplazado por el de los telescopios, primero de Galileo, y luego de Newton.
Americo Vespucci observando la Cruz del Sur con un Astrolabium, de Jan Collaert II . Museo Plantin-Moretus , Amberes. Fuente @ Wikimedia Commons
Muchos astrónomos de renombre, científicos y sabios han creado instrumentos, o se han maravillado con alguno que ha llegado a sus manos.
Muchos viajeros, han atravesado continentes con su ayuda, muchos marinos lo han usado durante siglos para llegar a puerto.
Hasta el día de hoy, esta pieza fundamental en las colecciones astronómicas, de confección precisa y exquisito labrado, ha sido de gran utilidad a geógrafos, navegantes, estudiosos, monjes y muyahidines.
Ha pasado por las manos de reyes, de príncipes, de sabios, de curiosos, de ricos y pobres, de cultos y legos, como un objeto atemporal. Con la simplicidad de lo práctico. Para buscar la salida del sol. Para contar los días. Para encontrar caminos que evitaran perderse en la memoria.
Ahora, que nos guiamos por el ritmo frenético de los móviles, a golpe de mensajes de voz e imágenes sin pulso ni palabras, tener un astrolabio de verdad en las manos es un auténtico regalo. Es tocar el pasado y el presente, pulsar las cuerdas de un instrumento único, escuchar el sonido del universo con el giro imperceptible de la alidada sobre la faz tachonada de estrellas, que nos permite por un momento palpar el cielo con las tímidas puntas de los dedos.