El personaje del mes

Abū Ishaq Ibrahim al-Zarqali

Toledo, 1029 (Al Andalus) / Córdoba, 1087 (Al Andalus)

Por Lourdes Cardenal

La ciudad de Toledo se yergue altiva en la noche sobre la orilla del Tajo. El rio pasa como una cinta de plata, espejando en sus aguas el cenit tachonado de estrellas.

 

No hay luces, salvo el rescoldo de alguna hoguera abandonada que aún permanece rojizo. Algún candil, alguna lamparilla lejana.

 

No hay sonidos, salvo algún niño que llora, algún perro ladrando y el rumor del agua mansa lamiéndole los pies a la ciudad que duerme.

 

Abu Ishaq Ibrahim no tiene miedo a la noche. Siempre que puede espía las estrellas desde la cama que comparte con sus hermanos. Se queda quieto, tumbado con los ojos abiertos, observando a través de la estrecha ventana de su estancia. Es la única que no tiene alguna celosía que le impida mirar al exterior.

 

Hace frío y el perfil de un guerrero con alfanje y cinturón dorado se dibuja en el cielo para él. Con la imaginación une los puntos y forma las figuras, y contempla cada noche como van avanzando. Algunas figuras ya no se pueden ver. Se las traga la tierra antes de que se ponga el sol. Pero entonces, por el lado contrario, aparecen otras nuevas. Todas son diferentes. Son como animales fantásticos brillando en la oscuridad, naciendo y muriendo al compás de los meses.

 

Mapa de Toledo en la época de los reinos de Taifas.  Fuente :© Wikimedia Commons

Abu Ishaq Ibrahim, con trece años, no tiene miedo de nada, pero siente curiosidad por todo lo que le rodea. Observa y aprende. No puede hacer más. Sus padres no son ricos. El taller familiar da trabajo al padre y a varios de los hijos y cuesta mucho dar de comer a todos.

 

Abu no habría deseado nacer en otro sitio, ni en otra época. Por suerte para él, la cultura le llega desde todos los confines del mundo que conoce. No sabe nada y podrá saberlo todo. Porque no hay nada tan hermoso y tan esquivo como el conocimiento. Y no hay una emoción mejor que la de descubrir los misterios que se ocultan al otro lado de los manuscritos. Aún no conoce los símbolos, pero ya representan para él, el futuro.

 

Cada mañana al alba, se despierta pensando en lo mucho que tiene que aprender. A veces, algún hombre rico le ha encargado a su padre, que es orfebre, un trabajo más delicado de lo habitual. Y su padre, que siempre ha confiado en Abú, le permite cincelar algunos detalles sosteniendo el buril con la inquietud temblorosa del artista adolescente. El resultado final es impecable y su padre sabe bien que los encargos se repetirán.

 

Hoy es fiesta en Toledo.

 

La ciudad se engalana para recibir al emir Al-Ma’mūn, que vuelve victorioso. Abú ha salido a la calle con sus hermanos, para ver pasar el cortejo.

 

El aire huele a flores y a comida especiada y a polvo del camino.

 

El emir se aproxima a la muralla de la ciudad entre su séquito. Los relinchos, los gritos de los jinetes y el ruido de los cascos herrados se pierden a lo lejos. Las enormes puertas permanecen abiertas para dejarle pasar. Desde lo alto, algunos cortesanos arrojan descuidadamente pétalos a los pies de los caballos.

 

Cuando el monarca pasa a la altura de Abú, que le contempla subido en un barril, le lanza una sonrisa cansada. Le ha hecho gracia ese chaval flacucho, rubio y de ojos claros. Seguramente pensará que es un cristiano converso. Luego vuelve a mirar hacia adelante y no se fija en más.

 

Por la noche, la fiesta continúa. Hay risas y canciones en el “sūq ad-dawābb“, el zocodover, el antiguo mercado del ganado que es ahora el alma de la ciudad, bajo la sombra del alcázar.

 

El Zocodover de Toledo, a principios del s. XIX.  Fuente:© Pintura de Paulino de la Linde, Museo del Prado

Los hermanos de Abú se han retirado a dormir, al día siguiente la vida seguirá. Y habrá que madrugar. Pero Abú, no. Su padre tiene que entregar al consejero del emir, el Cadí Said al-Andalusí, (que ejerce la justicia en el reino toledano y es un estudioso de la ciencia de los antiguos), una espada con una empuñadura de plata labrada, en la que la geometría del reino vegetal triunfa y, de esta forma, permite que su hijo, que ha participado en la confección de tan bello regalo, se quede junto a él.


El emir, se acerca para inspeccionarlo y cuando otra vez se fija en el niño de ojos glaucos, le reconoce.


  ¿Dime, maestro, como se llama tu hijo?
–  Abu Ishaq Ibrahim Ibn al-Zarqelu, mi hijo, Azarquiel. Porque, como yo, tiene los ojos azules.
–  ¿Y cuantos años tiene Azarquiel?
–  Trece, majestad……
–  ¿Y dices que te ayuda en el taller?
–  Él es mis pies y mis manos. Sin él me sería mucho más difícil terminar los trabajos. Es listo, es incansable.
–  Ya veo, me gustaría que viniera a trabajar para mí. No es un ofrecimiento que le haga a cualquiera. Pero si aprende tan rápido como dices, me será de mucha utilidad. Tengo en mi corte a muchos hombres muy sabios desvelando el futuro. Mi Cadí te lo confirmará. Necesitan ayuda para plasmar en el metal los mapas del cielo que dibujan. Tu hijo debería visitar el palacio….
–  Mañana mismo estará allí.


La vida de Abu Isaac cambia para siempre en esta noche.

Desde ahora, será Azarquiel y sus ganas de saber quedarán satisfechas. Empezará a trabajar como orfebre real, y poco a poco, se integrará en ese grupo de sabios del que hablaba el emir, mecenas en la taifa toledana que se convertirá en una de las cortes más brillantes de al-Ándalus.

 

Al principio, escuchando y entendiendo. Pero después, mejorando e inventando nuevos instrumentos para la observación del cielo, o el transcurso del tiempo, y explicando los intrincados secretos del movimiento de los astros en el universo. Observando los tránsitos del sol, de la luna, o de los planetas entonces conocidos.

 

El niño toledano será, según escribe después Said, el cadí de la ciudad de Toledo “…el que mejor conoce las esferas celestes y los movimientos de las estrellas El más sabio entre nuestros contemporáneos, en las observaciones astronómicas, la ciencia de las esferas celestes y el cálculo de sus movimientos; el que mejor conoce la ciencia de las tablas astronómicas y la invención de los instrumentos astronómicos”.

Con 18 años, obrará el milagro de la invención de la azafea. Rara flor instrumental nacida de la lógica de su inteligencia, que permite su uso desde cualquier lugar de la Tierra. Con 18 años es capaz de manejar el astrolabio clásico y optimizarlo para que su uso sea universal y simple.

 

En el astrolabio clásico, que es el mapa bidimensional de la bóveda celeste, se utiliza por convenio el plano ecuatorial para la representación estereográfica, los coluros solsticial y equinoccial, (los coluros son dos planos meridionales, que van de Norte a Sur, perpendiculares entre sí que, además pasan, según cual sea, por los solsticios o por los equinoccios respectivamente y dependen de la longitud) y los almicantarat, (que son líneas o planos paralelos al horizonte del observador, y por tanto, dependientes de la latitud en la que este se encuentre).

 

En los planos circulares del astrolabio, (cuyo eje por convenio es el foco o punto fijo del polo Sur para el hemisferio Norte), se representan dos círculos concéntricos al plano del Ecuador: uno interior, representando al Trópico de Cáncer, y otro más exterior que se corresponde con el de Capricornio.

 

El horizonte observable, siempre depende de la latitud. No es igual el horizonte que se ve en Toledo, que el que se ve en El Cairo o en Bagdad. Para poder manejar los diferentes almicantarats, se necesitan láminas diferentes que lleven dibujadas las estrellas en función de cada diferente latitud.

 

Frente a esto, Azarquiel, dará una sencilla e ingeniosa solución creando un nuevo tipo de astrolabio llamado Azafea, o Astrolabio Universal.

 

Dos particularidades la definen, y harán que la Azafea sea utilizada durante más de cuatro siglos después de su invención.

La primera es que, en lugar del plano ecuatorial, utiliza un plano meridional de la esfera celeste, es decir, un plano que pasa por los polos. De esta forma, sólo necesita una única lámina y es válido desde cualquier latitud.

La segunda propuesta de Azarquiel es que el punto de proyección o foco, sea otro punto fijo en el universo, diferente a lo es el polo Sur para el hemisferio Norte en el astrolabio clásico.

 

Como el Este y el Oeste no son puntos cardinales fijos del universo, a diferencia de los polos Norte y Sur, que sí lo son, tiene que escoger arbitrariamente otro, fijo también y decide que sea el punto Vernal o primer punto de Aries, también llamado equinoccio de primavera.

 

Azarquiel define su nuevo instrumento explicando que «La lámina de la azafea es la proyección estereográfica de un hemisferio de la esfera celeste sobre el coluro solsticial cuyo origen es el punto vernal».

 

Esto simplifica mucho la confección y uso del instrumento y presenta, entre otras ventajas, la aceptación del instrumento por parte de marinos, navegantes y viajeros, que se valdrán de él para orientarse, sin necesidad de ir cambiando las láminas en función del viaje.

 

Después de esto, y consagrado ya como astrónomo de prestigio, dirigirá el grupo de científicos y sabios de Toledo, dedicando su vida al conocimiento de la astronomía, las matemáticas y cualquier otra disciplina a la que tenga acceso.

 

Astrónomos árabes en Al Andalus, época de Azarquiel.  Fuente:© Wikimedia Commons

Escribirá muchos libros que el olvido y las guerras han hecho irrecuperables. Y algunos, simplemente geniales, que han llegado a nosotros gracias a las traducciones posteriores, y que en esencia conservan toda la magia que desbordaban cuando se concibieron.

 

Especialmente las “Tablas Toledanas” y el “Tratado de la Azafea”, dos textos que cambiarán la historia.

 

Las “Tablas Toledanas” constituyen el principal resultado de las investigaciones teóricas en astronomía, de largos años de observaciones y mediciones, que las convierten en una herramienta imprescindible que facilita los cálculos necesarios para poder determinar, entre otras cosas, las posiciones de los planetas, del Sol y de la Luna, con respecto a un punto concreto de la tierra donde se sitúa el observador que lo mide, así como la distancia entre esos astros y las posiciones de las constelaciones.

 

Las tablas más antiguas conocidas son las de Claudio Ptolomeo, pero las primeras en cuanto a calidad, rigor y utilidad son las islámicas, las primeras de Al-Batani, o Al-Jwarizmi, aunque las de Azarquiel tienen su fecha de realización a partir de 1061, año en el que comienzan las observaciones y el trabajo conjunto de algunos de los astrónomos más notables de la ciudad, que permiten la adaptación de las tablas astronómicas hasta entonces en uso a las coordenadas de Toledo, pasando a ser conocidas como Tablas Toledanas y convirtiéndose en referente los astrónomos de toda Europa.

 

Por otra parte, el “Tratado de la Azafea”, describe la construcción de este instrumento, así como la de una la lámina universal, que sustituye a las múltiples láminas tradicionales. Ambos elementos, utilizan el mismo tipo de proyección estereográfica (con el punto vernal como centro de proyección y el coluro de los solsticios como plano de proyección), porque en esto consiste la simple y magnífica mejora.

 

Cuando su protector Al-Mamún muere envenenado en Córdoba en 1075, su nieto Al-Cádir asume el gobierno y con la cercanía de los ejércitos cristianos, Azarquiel se marchará con tristeza de Toledo, para vivir el resto de su vida en Córdoba, donde continuará con sus estudios y enseñanzas hasta su muerte, muchos años después.

 

*  *  *  *  *

Conquista de Toledo por Alfonso VI en 1085.  Fuente:© Wikimedia Commons

Dos siglos más tarde, un rey castellano, Alfonso el Décimo de su nombre, necesita absorber toda la tradición científica antigua y oriental que llega a la península a través de al-Ándalus, y para ello, reunirá en torno suyo una élite de sabios judíos, musulmanes y cristianos.

 

Toledo representa una vez más, el progreso, el famoso crisol de culturas para forjar el alma del imperio.

 

Alfonso funda la Escuela de Traductores para que todo el conocimiento de la época se concentre en su reino, y traduce, primero al latín y luego al castellano, las obras de la ciencia, del arte, de la política, de la poesía. Su legado es fecundo, diversifica su interés por todas las ramas del saber y multiplica su influjo sobre aquellos que vendrán después.

Sobre todo, necesita saber de astronomía. Es importante que disponga de los mejores libros. Encarga en el año 1231 al hebreo Yehuda Mosca, la traducción al latín del Tratado de la Azafea, hoy perdido en su versión original y más tarde, a Guillelmus Anglicus, en 1260, la traducción al castellano, enriqueciendo de ese modo esta lengua que empieza a despuntar.

 

Igualmente se basa en las Tablas Toledanas de Azarquiel para crear las más precisas Tablas Alfonsíes.

Tablas alfonsíes, basadas en las toledanas de Azarquiel.  

Fuente:© Wikimedia Commons

Pasado el tiempo, indagará sobre ese niño que fue capaz de tocar las estrellas al dibujarlas para él en la única lámina de ese astrolabio mejorado. Y al leer su tratado sobre la Azafea, sabrá, sin error, cuantos mundos se encierran en el pequeño universo de latón.

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