El personaje del mes
Albert Einstein
Ulm, 1879 (Alemania) / Princeton, 1955 (Nueva Jersey, Estados Unidos)
Por Lourdes Cardenal
Nuestro paso por el mundo está lleno de experiencias. Nuestra vida, la marcan hechos triviales y extraordinarios que suceden a nuestro alrededor. Me vais a permitir robaros diez minutos de vuestra eternidad para contaros los míos….
Me llamo Albert.
Unos días antes de la primavera de 1879 nací en Ulm, Alemania. Fui un chico listo. Al contrario de lo que el imaginario popular piense de mí, hablaba con fluidez al año, en el colegio era el primero de mi clase, tocaba el violín con soltura y tenía todo tipo de amigos.
El trabajo de mi padre determinaba nuestra residencia, así que conocí en poco tiempo Munich, Pavía, Milán y Zurich.
Su devenir laboral dibujó mi adolescencia. Italia fue el eterno verano feliz. Suiza, el lugar donde imaginé mis sueños.
Tuve varios amores de juventud. Una hija perdida. Un matrimonio en contra de mi madre y de Schopenhauer. Un empleo estable. Un aburguesamiento estéril.
Y entonces, algo dentro de mí pidió salir.
En mi interior, en el remolino de sueños al margen de mi realidad. Donde sólo yo habitaba. Donde la vida monótona no tenía cabida, una pequeña luz, o debería decir un esquivo fotón, iluminó el camino.
La luz.
1893, el joven Albert en Munich antes de que los Einstein se mudaran de Alemania a Italia. Fuente :© Wikipedia
Si hay algo que nos sorprende y nos define es la luz, hermoseando cuanto nos rodea. Calentándonos, aunque no podamos verla.
La luz de nuestra estrella, la que marca el ritmo de nuestros días, nuestras noches, nuestros meses y nuestros años. La que, de alguna forma, nos acompaña al nacer y muere con nosotros.
Y también la luz de las estrellas lejanas, solo visibles cuando se oculta el sol. Cuando la Tierra gira y sus pequeños puntos luminosos se cuelgan en el cielo.
Algo que ha extasiado a hombres de todas las culturas. A físicos que han sentido su fascinación. Un enigma sin rostro, un sueño sin esquinas.
Cómo no iba a hacer yo de la luz, el centro de mi vida.
No es que yo no quisiera esa agradable existencia de padre de familia. Siempre retornaba a mí la imagen de los hijos, la esposa cuidadosa, quien me quisiera y quien me cuidara. De hecho, a lo largo de los años, de alguna forma disfruté de tener dos esposas, y tres hijos.
Pero, por encima de eso, yo valoraba la curiosidad, la imaginación, la fantasía. Preguntármelo todo, e intentar contestar todo.
Por supuesto que esto no es ninguna justificación, ni la quiero ni la necesito. Y aunque, como una estrella de rock, era joven y vivía deprisa, notaba cómo el paso de los años comenzaba a acercar la pereza hacia mí.
Albert Einstein y Mileva Marić, su primera mujer, en 1912.
Fuente:© Wikimedia Commons
Así fue como, sentado tras mi mesa de la Oficina de Patentes de Berna, me preguntaba sin descanso qué sucedería si conseguía alcanzar corriendo un rayo de luz.
Me imaginaba lo qué sentiría una persona cayendo libremente.
Si no notaba su propio peso. Si, encerrada en un armario, no era capaz de distinguir si estaba en un planeta, sometida a la fuerza de su gravedad, o si estaba viajando en una nave a velocidad constante. O lo que es lo mismo, si la gravedad y la aceleración eran intercambiables.
El tiempo que pasé allí, sería seguramente el más fecundo de toda mi carrera. Durante esos años, y más concretamente, durante el año 1905, escribí y envié para su publicación cinco artículos que cambiarían por completo los conceptos de la física.
No negaré lo orgulloso que me sentí por ello.
Mis artículos explicaban el Efecto Fotoeléctrico, el movimiento browniano de partículas, la base de la Teoría Especial de la Relatividad y una ecuación por la que se me conoce desde entonces, E=mc2.
Detrás de cada persona hay muchas que la aprueban y muchas que la reprueban.
Imaginadme a mí, involuntariamente famoso, precozmente reconocido, con los envidiosos de siempre negándome el paraíso.
Argumentando, ¡qué idiotez! que mi candidatura al Nóbel jamás sería posible porque no había aportado las pruebas experimentales que avalaban mi teoría. ¿Se puede ser más obtuso?
Me disculparía, pero sigo pensando igual.
(¿Acaso necesitan prueba experimental alguna, los postulados abstractos que conducen al enunciado de alguna Ley Universal, y que, desde ese momento, dejarían de ser abstractos para convertirse en concretos?)
Y, pese a todo, tuvieron su prueba. Y tuvieron que admitir que yo estaba en lo cierto. Qué lástima que mi admirado Newton no estuviera aquí para darles la contestación que se merecen.
Al final, me fue concedido un Nobel, pero también un exilio, dos guerras mundiales, y una paz que nunca llegaría.
Disertación de Einstein de 1905, Eine neue Bestimmung der Moleküldimensione
(«Una nueva determinación de las dimensiones moleculares»). Fuente :© Wikipedia
Y esta tarde de abril, desde la cama que ocupo en esta habitación de hospital, veo pasar deprisa mucha gente. Yo he tomado ya mi decisión, he vivido y he sido. No deseo prolongar mi tiempo en este mundo. Ya le he dado todo cuanto he podido. Estoy preparado.
Una enfermera joven entra a verme solícita.
Cuando se me acerca, hablo con ella en voz baja, en mi idioma natal, el alemán, sabiendo que no va a comprender una sola palabra.
“Ich vermisse meine Geige.
Seit ich klein war, erfüllte sein Klang meine Nachmittage und meine Zeit.
Das Spannen der Saiten und das Streicheln mit dem Bogen und den Fingerspitzen machte mich zu jemandem, der besser war als ich. Es hat mich frei gemacht.
Die Musik, die floss, stärkte meine Ideen und ordnete meine vielen Gedanken. Es machte mich glücklich.”
“Echo de menos mi violín.
Desde pequeño, su sonido llenaba mis tardes y mi tiempo.
Tensar sus cuerdas y acariciarlas con el arco y las yemas de los dedos, me convertía en alguien mejor de lo que soy. Me hacía libre.
La música que fluía, empoderaba mis ideas, ordenaba mis muchos pensamientos. Me hacía feliz.”
Pido perdón por esta poética licencia…
Albert Einstein nació en Alemania el 14 de marzo de 1879, y murió en Princeton, Estados Unidos, el 18 de abril de 1955, por una rotura de un aneurisma aórtico que no quiso volver a reparar.
Tenía setenta y seis años.
Sus últimas palabras las susurró en alemán a una enfermera que no entendió lo que decía…
Su icónica figura reclamó para sí el máximo pensamiento en el siglo pasado. Después de él, nadie ha alcanzado, individualmente, ese nivel de razonamiento y perfección, tanto físico como matemático.
En 1905, con 25 años y en tan solo unos meses, publicó una serie de artículos que sentaron las bases para una nueva y revolucionaria forma de entender el Universo, y que en poco tiempo le otorgarían la consideración de genio.
Estos artículos comprendían la explicación matemática del Efecto Fotoeléctrico, el estudio en profundidad del Movimiento Browniano, la Teoría Especial de la Relatividad, con su universalmente conocida ecuación E=mc2 y el germen de la mucho más ambiciosa Teoría General de la Relatividad.
En 1915, en plena Primera Guerra, presentó después de un trabajo extenuante, las ecuaciones definitivas de la Teoría de la Relatividad General, en la Academia de Ciencias de Berlín.
Annus mirabilis, los 4 artículos de Albert Einstein publicados
en la revista científica Annalen der Physik en 1905. Fuente :© Wikipedia
En 1919, Sir Arthur Eddington, director del Observatorio de Cambridge, pudo demostrar cómo la luz se curvaba a su paso por el campo gravitatorio del sol, aprovechando el eclipse del 29 de mayo. Esto encumbró a Einstein y le dio el espaldarazo a su carrera.
En 1922, se le concedió el Nobel de Física por la explicación del efecto fotoeléctrico. La división de opiniones en cuanto a su teoría de la Relatividad, había retrasado años la concesión del galardón.
En 1933 se marchó definitivamente a Estados Unidos, donde ocupó su cargo en Princeton, desarrollando su trabajo y sus investigaciones prácticamente hasta su muerte, en 1955.
Siempre se consideró más un físico teórico, un pensador, que un práctico experimental. Sus ideas, sus preguntas y respuestas, se elaboraban dentro de su cabeza, donde repetía fórmulas y desechaba resultados inexactos, y donde la posible verdad se abría paso entre la niebla hostil del mundo en guerra que le rodeaba.
Esquema del experimento para demostrar el efecto fotoeléctrico. La luz monocromática filtrada de una determinada longitud de onda incide en el electrodo emisor (E) dentro de un tubo de vacío. El electrodo colector (C) está polarizado a un voltaje Vc que se puede configurar para atraer los electrones emitidos, cuando son positivos, o evitar que cualquiera de ellos llegue al colector cuando son negativos.
Fuente: © Wikipedia
Una vez vino a España, ya premiado con los laureles del éxito. Fue entre febrero y marzo de 1923.
Por aquel entonces, sus avanzadas ideas desafiaban los conocimientos existentes. Aún así, él explicaba sus teorías al gran público que le escuchaba extasiado.
Hubo al menos, un par de científicos, uno en Madrid y otro en Barcelona, (Esteve Terradas) que pudieron entender y asimilar sus teorías. El escritor y filósofo José Ortega y Gasset, con su perfecto conocimiento del idioma alemán, fue durante algunos días, su intérprete.
Albert Einstein en la Escuela Industrial de Barcelona, el 28 de febrero de 1923. Fuente: © ETSEIB, UPC
De aquel viaje, existe algún recuerdo gráfico y algunas líneas de su diario. Se le ofreció una cátedra universitaria, pero el curso de los acontecimientos sociales y el inicio de la ascensión del nazismo, precipitaron su salida de Europa y su definitivo afincamiento americano.
“Para las personas que creemos en la física, la separación entre el pasado,
el presente y el futuro, tiene solo la importancia de una ilusión,
reconocidamente tenaz”
Albert Einstein.
“Carta de pésame a la familia de su querido amigo Michelle Besso”,
escrita el 21 de marzo de 1955, 28 días antes de morir.