El personaje del mes
Abd al-Rahman al-Sufi
Rayy, 903 (Actual Irán) / Shiraz, 986 (Actual Irán)
Por Lourdes Cardenal
“En el año 376, después de la Hégira, el treceavo día de la luna de Muharran, martes, Abú al-Husain, Abd al Rahman, Ibn ´Umar al-Sufi, el astrónomo del Shahenshah Adud al-Dawla, murió. Había nacido en Ravy la noche del sábado del catorceavo de Muharran, en el año A.H. 291.”
Estas palabras de reconocimiento, con las fechas tan exactas, proceden del libro de Hilal Ibn al-Muhsin. Y constatan que el astrónomo persa fue un hombre de ciencia, un erudito y un pensador al que los siglos posteriores han rendido tributo.
Abderramán Al Sufí, que vivió en Shiraz, y Rayy, se paseaba aquella tarde por el jardín interior con olor a azahar. Su trabajo como maestro del Shah, del rey de reyes Al-Daula, era muy agradecido. Le permitía tener tiempo para él. Le dejaba todas las noches dilatadas para la contemplación y el estudio. Entraba ya en la cincuentena y recopilaba por voluntad propia y por encargo, un enorme bocado de sabiduría, de la mano del insigne Ptolomeo, que había empezado esa ardua tarea de catalogar lo que vemos, pero también lo que no vemos, en la lejana Alejandría, ocho siglos atrás.
Pero Al Sufí sabía muchas cosas. A sus manos había llegado un objeto excitante, unos años atrás. Un astrolabio alejandrino, tosco y con unas coordenadas erróneas. El se encargaría de corregir lo que estaba equivocado. Y de darle muchos más usos. Tantos como la religión le permitiera.
(El libro titulado “Kitab Al-Amal bi al-Astrurlab” es un tratado de uso del astrolabio. Hay siete manuscritos de este libro en bibliotecas de París, Estambul, Teherán y San Petersburgo. Este libro es uno de los más extensos escritos sobre este objeto en la Edad Media, contiene 1760 capítulos cortos sobre aspectos de construcción y uso del instrumento.
Al Sufí utilizó varios instrumentos para la observación, tales como el sundial, el cuadrante, el astrolabio, el globo y una esfera armilar equinoccial de 5 metros de diámetro, así como diferentes anillos ecuatoriales. Se cree que financió de su propia fortuna la construcción de algunos instrumentos astronómicos que muchos astrónomos utilizaron después. Y aunque la existencia de la mayoría de ellos era conocida desde la antigüedad, el nivel de perfección al que los llevaron los árabes y musulmanes fue tal, que podrían considerarse casi de su invención.)
Página del Kitāb al-‘amal bi-l-asṭurlāb, copia del siglo XIV. Fuente :© Biblioteca Británica: Manuscritos Orientales.
Conocía muchas lenguas. Dominaba el latín. La mañana comenzaba dando clases a los príncipes y, también al Shah cuando éste ya había departido con sus consejeros. Se sentía afortunado por poder realizar un trabajo que tanto le gustaba.
Los días iban pasando, indolentes, entre papiros desgastados y madrasas. El corazón volaba del conocimiento a la religión. Era en sí, un hombre puro cuya filosofía de la vida consistía en mejorar todo aquello que pudiera. En sanar el espíritu y acercar el saber a todos sus discípulos.
Aquella noche tenía previsto continuar con sus anotaciones. Volvería sus ojos, algo cansados ya, al infinito cielo de Alá. Escrutaría los mundos dentro de otros mundos, para encontrar el paraíso coránico que aun debería esperarle muchos años.
Al ponerse el sol, subió al observatorio.
(Los astrónomos del mundo árabe tenían un excelente conocimiento del cielo por sus precisas observaciones y el resultado que obtuvieron de la posición de los planetas, el sol, la luna y objetos del espacio profundo así lo prueban.
Se construyeron muchos observatorios en el mundo islámico, en ciudades como Bagdad, Damasco o El Cairo. Muchos científicos y astrónomos importantes como Al-Kwarizmi, Al Batani o el propio Al Sufí pudieron estudiar así el cielo y desarrollar métodos nuevos para construir instrumentos astronómicos. Durante el siglo x estos observatorios fueron subvencionados por la realeza que tenía un interés intelectual y religioso en ellos. En este siglo, Al Sufí tuvo a su disposición uno de los más grandes de esos observatorios, porque tuvo la fortuna de contar con el apoyo de los gobernantes de ese período.)
Desde arriba, la ciudad y una lengua de campos y desierto se extendía frente a él.
Cuando miró, le resultó del todo fascinante. Anotó por vigesimotercera vez el mismo resultado. Era meticuloso y no permitiría que un error empañara su obra.
La constelación de Pegaso en «El Libro de las estrellas fijas«, de al Sufi en una copia del siglo XIV. Fuente :© WDLorg
(El tratado de Al-Sufi sobre las constelaciones, o estrellas fijas, “kitab al-kawakib al-thabitah”, escrito en el año 964 d.C., es uno de los textos islámicos más importantes sobre iconografía astronómica. Reúne el compendio del matemático Claudio Ptolomeo, con el sistema beduino de cartografía celeste llamado anwa’.
En el dibujo, de factura preciosa, la figura de Andrómeda sigue el sistema ptolemaico, pero el caballo, (Pegaso) el pez (Hipocampo/Equuleus) y el camello (Camelopardalis o Jirafa) que aparecen encima de ella, han sido recuperados del sistema beduino.
Las estrellas individuales se representan como puntos.
Todo el trabajo de Al Sufí ha trascendido la historia y la mayor parte evidencia su influjo sobre la astronomía y la denominación de las estrellas, llegando a otras culturas tan lejanas como el este de África o Madagascar.
Su influencia llegó hasta el célebre astrónomo de la época timúrida que vivió en Samarcanda en siglo XV, Ulugh Beg.
También influyó decisivamente en los trabajos y los tratados que componen las Tablas Alfonsíes escritas en la ciudad de Toledo por orden del Rey de Castilla, Alfonso x, que eran a su vez una compilación de las Tablas de Toledo basadas en el trabajo de Azarquiel.)
La constelación de Andrómeda en «El Libro de las estrellas fijas«, de al Sufi en una copia del siglo XIV. Fuente :© WDLorg
Pero no.
La nebulosidad estaba ahí. Como todas las noches. Sin que nadie se hubiera fijado en ella antes. Como una pequeña mancha, y no una estrella.
Con mucho cuidado trazó con tinta su dibujo en el libro.
No sería hasta muchos siglos después, hasta casi el tiempo actual, que nos fijáramos, dentro de la Constelación de Andrómeda, en la Galaxia de Andrómeda. En ese otro universo con muchas más estrellas que Al Sufí había descubierto entre la luz temblorosa de nuestras propias estrellas, que formaban, sin saberlo, nuestra propia galaxia.